Hubo
una época, de hace ya bastantes años, en que yo transitaba la ciudad para darle vida a una sección,
titulada, si mal no recuerdo, Recorriendo
Ceuta. Y lo hacía “como san
Francisco, un rato a pie y otro paseando”.
Trataba de conseguir información de los vecinos acerca de los problemas
de su barrio, y recogía testimonios diferentes; eso sí, guardándome muy bien de
emitir opiniones personales.
Recuerdo
que mis caminatas comenzaban muy de mañana. Por tal motivo, se daba el caso de
encajarme en el barrio de El Príncipe,
por ejemplo, cuando sus moradores aún estaban disfrutando de la piltra. Aunque
siempre había un parroquiano que llamaba mi atención para compartir el té
de la amistad. La cual me tocaba refrendar respondiéndole a las preguntas de
futbol que me iba haciendo. Ya que pocas personas desconocían que yo había sido
entrenador del primer equipo de su ciudad.
Fechas
atrás, un amigo tuvo a bien recordarme aquellas andanzas mías como reportero, y
de paso me animó a que lo acompañara a dar una vuelta por las calles donde se
distribuyen las naves industriales del Tarajal. Y le dije que sí. Y me alegré
de haberlo hecho. Puesto que me fui enterando de asuntos relacionados con un
comercio, motejado de irregular, pero que da de comer a muchas familias.
Naturalmente,
y perdonen el eufemismo, la picaresca tiene en ese polígono asentada sus reales.
Hubo empresarios que me fueron poniendo al tanto de ellas y sobre todo me
pidieron encarecidamente que dijera la necesidad que tienen de que el Delegado
del Gobierno haga todo lo posible por abrir al comercio el paso fronterizo de
Benzú. Cerrado el 3 de octubre de 2002 por Luis Vicente
Moro, a la sazón Delegado del Gobierno.
También me dijeron los empresarios que las causas que motivaron aquel cierre no tienen por
qué producirse en estos momentos. Y además me fueron informando sobre otras
cuestiones que, como es costumbre en mí, las pongo en cuarentena antes de
darles visos de realidad. La que más
llamó mi atención fue la que sigue:
"La
entrega de tarjetas a los
porteadores está siendo un mal remedio
que agrava la enfermedad". ¿Por qué?, pregunté yo ávido de saber. "Porque parece ser que los hay que
se aprovechan de ellas para venderlas a los verdaderos porteadores y encarecen
el trabajo de quienes las compran". Y a partir de ahí el número de perjudicados es mayor. Quien escribe no afirma nada -Dios me libre de hacerlo-. Pero lo cuento porque así me lo contaron.
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