Los
periódicos son necesarios. Porque, como decía Cándido (Carlos Luis Álvarez),
la actualidad no ocurre, se crea. Si no existiesen periodistas, no habría
actualidad. Habría sencillamente hechos. El periodismo es una profesión en la
cual el periodista debe escribir a gran velocidad porque si no corre el riesgo
de que, al llegar al último renglón, ya no tenga actualidad el primero. Por tal motivo no es fácil ser periodista.
La
prensa siempre es perversa para los políticos, incluso cuando ésta se queda corta
en los ditirambos que les dedican. La prensa libre puede ser desde luego buena
o mala pero, con toda seguridad, sin libertad no puede ser más que mala. Algo por
el estilo dijo Albert Camus. Todavía hay directores y editores de
periódicos que proclaman que la credibilidad es el principal activo de un
periódico. Y, de tanto insistir acerca de ello, han llegado a creérselo.
Menos
mal que también los hay que no se cortan lo más mínimo en llevarles la
contraria y lo hacen de tal guisa: “Hay que ser muy, muy tonto o muy cínico
para seguir postulando hoy la objetividad informativa”. Ahora bien, a los
periodistas hay que reconocerles la habilidad que han de tener para vencer el
desafío de llenar el espacio diariamente.
Las
máximas aspiraciones de los editores de periódicos son atesorar poder y
mediante éste hacerse notar. Son empresarios y por tanto van a la búsqueda y
captura del dinero. Puede que alguna vez haya habido algunos, tan sumamente
ricos, que hayan presidido un periódico por el mero deseo de darse ese
capricho. Aunque, más pronto que tarde y por razones obvias, también acabarían
sucumbiendo a las tentaciones del poder político.
La
prensa, desde la crisis económica, está pasando por un mal momento. Sobre todo los periódicos de papel.
Los gastos siguen siendo muchos y los ingresos por ventas y publicidad fueron
menguando considerablemente. En suma, que los periódicos, sobre todo los
locales y en algunos sitios, siguen
manteniendo el tipo gracias a las subvenciones institucionales. Las cuales producen permanentes desencuentros entre sus propietarios.
De
semejantes enfrentamientos, uno podría decir alguna que otra cosa. Pero es un
tema que a mí no me concierne. Si bien me permitiré decir que entiendo
perfectamente las razones que asisten a Emilio
Carreira para decir lo siguiente: “No voy a asumir en solitario ninguna
competencia sobre comunicación”. Y acierta el consejero. Porque para desempeñar
ese cometido hay que tenerlos como el
caballo de Espartero. Y aun así, créanme, le puede dar un soponcio a quien
acepte semejante embolado.
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