De un
tiempo a esta parte, cada vez que le dedico un artículo a nuestro alcalde, los
hay que suelen decirme que estoy siendo muy condescendiente con él. Y hasta me recuerdan que hubo una época en la
cual lo criticaba acerbamente. Y, aunque yo no tengo por qué darle
explicaciones a nadie, mi manera de ser me impide mandarlos a los chirlos mirlos. Amén de que son lectores de
este escribidor. Y, por tanto, no renuncio a contestar lo que creo conveniente.
Hoy, sin
embargo, durante mi caminata matinal, me ha abordado alguien que se ha distinguido siempre por ser
un defensor a ultranza de Juan Vivas. Una persona que nunca se ha parado en
barras a la hora de enumerar las cualidades personales de nuestro alcalde y,
cómo no, destacando su sapiencia y buen hacer como político. Y lo primero que me ha dicho
es que a buenas horas mangas verdes se me ha ocurrido a mí dorarle la píldora a
un señor que ha perdido el oremus.
Inmediatamente tuve que sellar mis labios, mediante la presión de mis
dientes, para no mandar al Fulano a
tomar por retambufa. Menudo jeta el gachó. Tan caradura cual desmemoriado.
Cuando hasta hace nada andaba el tío hablando maravillas de don Juan Vivas. Con expresiones
enfervorizadas de esta guisa: Vivas es
el mejor alcalde que Ceuta ha tenido en
toda su historia. A Vivas, el día
que decida dejar la política, habrá que hacerle un monumento, en vida, a la
vera de Antonio López Sánchez-Prado. Y así hasta derretirse de gusto la criatura.
En fin,
tras contenerme mediante no poco esfuerzo, decidí contestarle a mi interlocutor
con el sosiego correspondiente a mi edad y experiencia en esta tarea de
escribir. Mira, Fulano, cuando nuestro
alcalde transitaba la calle y era festejado por muchas personas y se veía obligado a estrechar manos y muchos
como tú se inclinaban ante su augusto nombre, yo me entretenía en recordarle
que no dejara de tener los pies en la tierra.
Pero
Juan Vivas, entonces, con su carácter jovial y embargado por la emoción de saberse
tan protegido y querido por sus paisanos, trataba de deleitar a cuantos se acercaban
a él. Aunque, como buen político que era y lo sigue siendo, sabía sobradamente
que permanecer en la cresta de la ola es tarea tan peligrosa como complicada.
"Ya que pocas
expresiones tan exactas como para definir la altura y la precariedad
simultáneas de quien sube como la espuma, impulsado por una fuerza ajena,
brilla un instante, y después se
desploma. En la cresta de la ola hay
soledad y vértigo". A ella se asciende sin equipaje y se queda expuesto al inexplicable
capricho de la mar.
Mira Fulano, Juan Vivas lleva más de tres
lustros en ese sitio. Y yo he estado advirtiéndole, durante los tiempos de
calma, que tuviera cuidado con los temporales. Por motivos tan obvios como
conocidos. Unas veces con más aciertos que otras. Y en todo momento dando la cara y por tanto
exponiéndome a que el poder establecido tomara las medidas oportunas para
silenciarme. Y sobre todo siendo motivo de murmuraciones por parte de personas como tú.
En cambio, en estos momentos, cuando nuestro alcalde se ha dado cuenta de que la ola en la que
está subido puede estrellarse contra las rocas de un litoral, yo, que
nunca le pedí nada ni le debo nada, sigo reconociendo su competencia y su valía
como alcalde. Eso no obsta para que yo le siga recordando, cuando lo considere oportuno y necesario, los errores cometidos en tan larga travesía. O sea.
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