Tomando
el aperitivo en el Hotel Ceuta Puerta de
África, raro es que yo no halle a personas dispuestas a charlar conmigo. Lo
cual me alegra muchísimo. Dado que yo sigo escribiendo y me encanta por tanto
hacer ese periodismo de calle que tanta aceptación tiene entre mis lectores. Además
es estupendo hablar de personas con las que convives y frecuentas muchas veces.
El
pasado martes, a esa hora vaga de mediodía, alguien quiso saber cómo es posible
que a mi edad yo siga publicando diariamente un artículo. Y le respondí así: Yo
trato de mantenerme lúcido, evitando volverme una ruina humana. Haciendo lo que
me gusta y de la mejor manera que puedo. Lo único que me puede retirar es una
enfermedad.
Mi
interlocutor, a quien aprecio de veras, sabe perfectamente que con el tiempo se
pierden capacidades, sin duda; pero también es consciente de que en mi caso la
lucidez y el espíritu crítico se resisten a abandonarme, y no duda en
decírmelo. El halago me satisface, viniendo de quien siempre ha dado muestras
evidentes de usar la lisonja como el avariento la dádiva.
El
hablante es un hombre que ama de veras los libros, así que es un lector
pertinaz, amén de ser inteligente y hablar claro. Cuando tratas con él te
das cuenta del mucho trabajo que le cuesta ser ceremonioso. Por lo cual nunca
sería tachado de ser más cumplido que un luto. Y, desde luego, sigue siendo un
tipo de fiar. Es decir, de los que son incapaces de Juntar chinitas con los pies.
Vamos, que no pertenece al gremio de los acostumbrados a preparar disimuladamente
una traición.
Durante
la charla salió a relucir el amor propio. Y yo
me mantuve en mis trece: citando de memoria lo que dijo Alberto Moravia, escritor italiano: El
amor propio es un curioso animal que puede dormir bajo los golpes más crueles, pero
que se despierta, herido de muerte, por un simple arañazo. Y no hace falta
poner ejemplos al respecto.
En fin,
que el arte de la convivencia no es más cosa que la buena maña de saber ganar o
perder sin descabalgar la sonrisa. Procurando por todos los medios no mentar
eso de que la risa va por barrios, por mucho gusto que dé airearlo, que sí lo
da; aunque no deja de ser un placer pernicioso. A mí, la verdad sea dicha, me
pone más pegar la hebra con las personas con las que convivo y luego hacerles
el artículo. Como es el caso de hoy.
¡Ah!, si
no menciono el nombre de mi interlocutor es porque él no lo desea.Y uno es hombre de palabra.
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