Hay un poema de Rudyar Kipling, bastante pomposo y solemne, que podía ser resumido de esta manera, según una escritora de cuyo nombre no me acuerdo: “Si sabes callarte cuando sufres o tienes dificultades… Si te burlas de lo que los demás piensen de ti y dicen a tu espalda… Si sigues teniendo la cabeza sobre los hombros incluso cuando estás enamorado… Si puedes tener problemas de dinero y complicaciones profesionales sin caer en la más negra depresión… Tú serás un hombre, hijo mío…”.
No cabe
la menor duda de que el escritor y poeta británico desconocía la angustia del
hombre privado de trabajo. Muchas han sido las veces en las que he escrito que
el desempleo le puede pegar al hombre en sus mismísimos. Y a partir de ahí no
debe resultarnos sorprendente que se le agrie el carácter hasta el punto de
convertirse en lo más parecido a Don
Quintín El Amargao. Es decir, en un tipo irascible a tiempo completo y
naturalmente haciéndole pasar el Equinoccio a su pareja.
La
pareja de la que voy a hablar, y cuyo nombre no mencionaré por razones obvias,
es una mujer que sigue llamando la atención por su físico y por hablar cuando
la ocasión lo requiere con una claridad meridiana. Llegó al matrimonio con
perfecto dominio del tálamo. Y entre bromas y veras confesaba años atrás entre
sus conocidos íntimos, que el haber conquistado a su marido era lo mejor que le
podía haber ocurrido en su vida.
En
ocasiones, cuando mi amiga se ponía a tono con el vino durante la comida y en
la sobremesa se pedía el güisqui de rigor, dejaba caer en la conversación el
arte que se daba su hombre en el asunto del querer. Hablaba de los prolegómenos
con insinuaciones medidas y precisas. Que todos entendíamos y a ninguno
molestaba. Formaban un matrimonio dichoso en todos los sentidos. De hecho,
mientras ella se jactaba de serlo cuando la ocasión le era propicia, a él se le
alegraban las pajarillas.
Pues
bien, el martes pasado me crucé con ella en la calle. Tras haber estado mucho
tiempo sin vernos y por tanto sin hablar. Mi amiga, con muchos menos años que
yo, sigue siendo mujer de las que suelen acaparar la atención de hombres y
mujeres. Que se vuelven a mirarlas a su paso. Pero ha perdido parte del apresto
que tenía no ha mucho. Y que sólo advertimos quienes disfrutamos de su amistad
y de su modo de ser otrora. En todo momento dispuesta a contagiarnos su alegría y su
felicidad.
Tardó
nada y menos en ponerme al tanto de su situación. Cuando llegó la crisis
económica su marido se fue viniendo abajo... Comenzó a
ponerse mustio y lo peor es que no permitía ningún tipo de ayuda. Parecía una
fiera enjaulada y repleta de susceptibilidad. Así que ella decidió usar la mano
izquierda con el fin de irlo metiendo en la muleta de la recuperación. Pero no
sólo ha fracasado sino que las cosas han ido a peor. Y, por si fuera, poco, su marido parece emasculado. No es tan fácil ser un hombre sin ingresos económicos adecuados.
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