Si usted dice que Ramón Rodríguez Verdejo es una estrella
mundial en su especialidad, seguramente millones y millones de personas no sabrán de qué les habla. Pero si usted decide mencionarlo por su sobrenombre, Monchi, seguro que su fama prevalece
desde hace un chaparrón de años hasta
allá donde el viento da la vuelta. O en los chirlos mirlos. Que para el caso
está igual de lejos. Y, claro, inmediatamente le dirán que ese señor, nacido en
la Isla de León, es el mejor director deportivo que hay el planeta fútbol.
Desde
hace nada, Ramón Rodríguez Verdejo, Monchi se ha convertido en la baja más importante del club hispalense. Y se ha ido
cubierto de gloria por un trabajo que ha redundado no sólo en los muchos
títulos obtenidos por el Sevilla, sino
también porque el club puede presumir de ser ahora mismo más rico que Creso. Debido a que ha comprado a
precio módico y ha vendido a precio casi prohibitivo.
Leyendo
unas declaraciones de Monchi, isleño
culto -aunque yo creo que él prefiere el apelativo de cañaílla al gentilicio-, uno entiende perfectamente que no ha
habido más misterio en su quehacer exitoso que el siguiente: practicar el
seguimiento de jugadores como se ha hecho toda la vida por parte de quienes
conocían sobradamente el oficio de ojeadores, si bien con más medios humanos y
sobre todo tecnológicos.
Enumeremos
algunos de esos secretos profesionales
que han existido siempre. Ver a los futbolistas en distintas circunstancias: en
su estadio, lejos de él, y en un ambiente hostil; ante equipos potentes y
contra los débiles. Y, desde luego, mirando con lupa de qué modo son capaces
tales futbolistas de soportar los estados emocionales en circunstancias
adversas.
Yo
recuerdo que Pedro Eguiluz, cuando
trabajaba a las órdenes de Miguel Malbo,
y se recorría los campos españoles para ver jugar a futbolistas que gustaban en
la sede madridista, me contó un día las razones que tuvo para informar mal de Amador Cortés García, Amador,
jugador a la sazón del Deportivo de la Coruña, y que terminaría siendo
contratado por el Atlético. Amador
se enfrentaba a los árbitros cada dos por tres. Un día, comiendo en la Casa
Gallega de Palma de Mallorca, de la cual Amador
era propietario, se lo conté. Y me dio la razón.
Otro
detalle de los métodos de trabajo que han convertido a Monchi en una figura indiscutible como director deportivo es,
naturalmente, el modo con el cual se acerca al entrenador de su equipo y le
pone por delante tres informes de jugadores cuyas cualidades son las
exigidas por el técnico para completar una demarcación en la plantilla. Y el entrenador dice que
los tres le agradan. Y Monchi,
lógicamente, se decide por el traspaso menos complicado y de menos cuantía
económica.
Semejante
labor, que exige personas cualificadas y sobre todo que no tengan ni muñecos en
la cabeza ni campana de vela, termina dando éxitos y poniendo las arcas del
club a resguardo de las telarañas de la ruina durante un tiempo indecible. Monchi, cañaílla o isleño, culto, educado,
inteligente…, es consciente de que ha dado un paso tan decisivo cual necesario, despidiéndose del Sevilla.
Pero
-ya salió a relucir el inoportuno adversativo tan español-, tampoco desconoce que
no en todos los clubes le van a permitir que los fichajes se hagan siempre
atendiendo nada más que a su voluntad y a sus conocimientos. Por razones de todos sabidas y que no vienen al caso
reseñar. Es más, creo que el adiós de Ramón
Rodríguez Verdejo, Monchi al Sevilla, por más que
lleve muchos años en la entidad y necesite un cambio de aire, puede haberse
acelerado por desencuentros con los directivos. Y es que las relaciones, por
muy buenas que sean, hay que renovarlas todos los días. Y, aun así, se acaban marchitando. Es ley de vida. Y por ende del fútbol.
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