No es recomendable para quienes lo han practicado
muchos años como profesional. Miento: no es recomendable hablar de fútbol con los aficionados si los no peritos en la materia están convencidos de
estar en posesión de una sapiencia futbolística que no admite dudas y tratan de
imponer sus opiniones como si fueran dogmas. En semejante momento, al experto
lo que más le conviene es cortar de raíz
la conversación. Porque, de no hacerlo, se expone a pasar un mal rato.
Así me
expreso entre varios conocidos mientras charlamos en La Trastienda –bar de la calle Jaudenes- sobre el deporte rey.
Nadie dice ni pío. Pero pronto sale a relucir lo mal que trasmiten los partidos en Antena 3 Televisión. De cómo grita y
grita y no deja de gritar el narrador Antonio
Esteva. ¿No se da cuenta ese muchacho que la televisión no tiene nada que
ver con la radio? Durante el Leicester-Sevilla
hubo momentos en los que daban ganas de mandar al tal Esteva allá donde el viento da la vuelta. Acuerdo total.
También sale a la palestra el nombre de Joaquín Caparrós. Otra vez enchufado en
Antena 3 TV cual glosador, cuando
hace nada y menos estaba dirigiendo a Osasuna. ¿Cómo es posible que un técnico que ha durado diez minutos en el equipo
rojillo se atreva a presentarse en público para dar lecciones que no ha sabido
impartir en El Sadar. Menos mal,
quizá por estar aún acharado, que no dijo más que banalidades. El peso de los
comentarios lo llevó Marcos López:
experto en fútbol internacional. Sobrado de títulos pero que jamás le dio una
patada a un balón.
A propósito, me dice uno de los participantes en la tertulia: ¿Me puedes explicar cómo es posible
que de José Mourinho se dijera en su
momento que el no haber jugado al fútbol lo limitaba ante los grandes jugadores
del Madrid? Pregunta facilita y a la cual yo respondo de tal guisa.
Mourinho tuvo la suerte de ser traductor
en el Barcelona y asistente de entrenadores. Empleo que le permitió conocer más
que bien cómo se las gastaban los hombres fuertes del vestuario y sobre todo de
qué manera había que tratarlos para impedirles que impusieran sus normas por
encima de las del club y de los técnicos. Gran aprendizaje. Pero hay más casos anteriores al entrenador
portugués. Está el de Arrigo Sacchi.
Un auténtico loco del fútbol –sin sentido peyorativo-. Que era agente
comercial. Y cuya llegada a los banquillos fue un soplo de aire fresco. Y que
ha entrado en la historia como uno de los mejores entrenadores del siglo
pasado.
Ahora tenemos, por no ahondar más en el
pasado, a Jorge Sampaoli. Otro loco
del asunto a quien su forma de proceder, nunca ajustada a las normas que antes
se exigían a los entrenadores, no le ha impedido ser tenido poco menos que por
el inventor del fútbol moderno. Y qué decir de Juan Manuel Lillo, su asistente.
En fin, el fútbol es un deporte
extraordinario. Y los aficionados se identifican con el equipo de sus amores. Y
ese equipo ha de mantener viva la llama de los suyos con victorias. Y a los fieles les
importa un bledo y parte del otro que el entrenador haya jugado o no haya
jugado al fútbol. Porque lo fundamental es ganar y ganar y volver a ganar…
Grito de guerra de Luis Aragonés. De
no ser así, como ustedes bien saben, el entrenador es despedido. O sea.
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