Hace dos días me enteré de que había muerto Julio Parres Aragonés en la localidad malagueña de Fuengirola. Y he tratado por todos los medios de no escribir sobre él. Pues cada día que pasa me cuesta más trabajo decirle adiós al amigo. Porque una necrológica repentina y dolida no es algo que se pueda improvisar, ni mucho menos. Sino que hay que atrapar un oleaje de sentimientos y que es difícil hacerlo cuando hacía un montón de años que Julio y yo ni nos veíamos ni manteníamos relación alguna.
Pero hoy, caminando por el Paseo de la Marina, al pasar por delante de la sede de la Cruz Roja, los recuerdos han aflorado y ha sido entonces cuando he decidido recordar a JPA. Fue en los años ochenta cuando conocí a Julio. Yo era entrenador de la Agrupación Deportiva Ceuta y él era hijo de uno de los presidentes de fútbol más famoso habido entre los años cuarenta y los conocidos como los 'felices sesenta'. Estoy refiriéndome a Julio Parres López.
Así que nuestras charlas estaban preñadas de anécdotas futbolísticas. Las cuales tuvieron su continuidad cuando yo comencé a regir los destinos del Pub Tokio y él llegaba cada noche al local, tras haber pasado su tiempo en la sede del partido Socialista Obrero Español, sito en la calle de Daoiz. Eran los años esplendorosos del socialismo y Julio, como no podía ser de otra manera, los disfrutaba plenamente.
En el Pub Tokio, cuando las noches se alargaban y llegaba la calma, Julio y yo hablábamos acerca del ejercicio de escribir, tan artificial como complicado, pero que él manejaba muy bien. Máxime si se trataba de opinar de asuntos políticos. Pasaron varios años, cinco o seis, que para el caso es lo mismo, y habiendo yo decidido dejar el negocio de hostelería para ingresar en la cofradía de los gacetilleros, Julio me ofreció escribir en El Periódico. Y acepté su propuesta.
Julio, además de colaborar en El Periódico, gustaba de ir casi todos los días a visitar la redacción. Y no pocas veces tuve a bien mostrarle mi columna para que me diera su visto bueno, antes de dejarla encima de la mesa de publicaciones. Así que nuestras relaciones eran las mejores. Y lejos estábamos de pensar que aquella nave, en la cual se alojaba el medio escrito, iba a ser cerrada por Francisco Fraiz Armada; alcalde a la sazón de la ciudad y cuyo carácter atrabiliario y tonante salía a relucir en cuanto tocaba poder.
El cierre de El Periódico fue un duro golpe para Julio y naturalmente para quienes trabajábamos en él. A partir de ese momento, y no sé por qué causa o razón, las relaciones entre Julio y yo fueron menos fluidas. Y terminamos distanciándonos. Pero no recuerdo haber discutido con él. Simplemente nuestras vidas tomaron rumbos divergentes. Mas nunca dudé de sus méritos ni de su ser socialista. Ni mucho menos de su saber estar ni de lo bien que escribía. En mi poder obra su libro: Tetuán y su Atlético
Descansa en paz, amigo...
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