Tomando una copa en La Trastienda, bar que está siempre a tente bonete, se me pregunta si yo sé cuándo se celebró la última corrida de toros en Ceuta. Y respondo a media vuelta de manivela: fue el 7 de agosto de 1982. Y a partir de ahí, haciendo alarde de mi memoria, decido contar lo ocurrido desde el día antes de celebrarse el espectáculo taurino.
Lola Flores estaba alojada en el Hotel La Muralla y
muchísimas personas merodeaban por la plaza de África con la esperanza de verla. La
Faraona estaba contratada para
actuar en los Jardines de la Hipica,
con motivo de las Fiestas agosteñas.
Ricardo Muñoz, alcalde de Ceuta a la sazón, llegó a la
tertulia de El Rincón eufórico y
hablando hasta por los codos: así que decidió contarnos la frase que le había
dedicado al padre Arenillas mientras
que le imponía el escudo de oro de la Ciudad: "Permítanme que les diga que hoy
me siento como si estuviera en la Capilla Sixtina de Ceuta”.
Se
habla de la corrida del sábado, mientras corre el vino fino y Alejandro, el jefe de barra de la
cafetería, nos dice que ya han llegado dos
toreros: José Antonio Campuzano y Vicente Ruiz El Soro. Pedro Castillo, el tercer matador, como
vive en Algeciras, llegará mañana. Torearán una corrida de Núñez, en plaza portátil, situada en lo que llaman terreno de la
antigua estación de ferrocarril.
Esa
noche de viernes, conocí al popular Pepe Royuela. Sucedió en Los Abanicos; una caseta de feria sazonada con su singular presencia. Recuerdo
hasta lo que me dijo: “Manolo, aquí hay mucho botejara distinguido”. Quedé
enterado de que Royuela había hecho
sus pinitos en el cine. Y, desde luego, pronto me percaté de que sabía más que los ratones coloraos.
El
sábado, a la hora del aperitivo, llegó Mari Trini, cantante ella, muy enfadada y quejándose amargamente de la
falta de organización que había habido en la Caseta Municipal. Levantó la
voz para decirnos que la noche anterior se había topado con unos
grifotas con pretensiones de hacerla madre. Mientras se desahogaba, le seguían las miradas de su secretaria Colette y de Mari Nieves Calleja, su pianista.
La
corrida de toros fue un bodrio. La espectacularidad de El Soro, luciendo más en el tercio de banderillas, por esforzado,
fue lo más entretenido de la tarde. Y se confirmó que la tradición taurina se
había perdido en Ceuta con el paso de
los años. Algo natural -dije yo en su momento-´, porque es imposible ser
aficionado de algo que se ve de higos a brevas.
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