Estaba yo en el Estadio de la Viña -Alicante, 1963- viendo la gran final de la Copa San Pedro. Torneo al cual acudíamos muchos jugadores -en el mes de junio- para enrolarnos en equipos de la provincia y también de la capital alicantina. Aquella competición era todo un espectáculo veraniego, que servía además como escaparate para quienes éramos profesionales de la cosa.
En las gradas de La Viña coincidí con Pedro Eguiluz y Miguel Malbo. El primero había sido un gran jugador y era un magnífico entrenador. El segundo, nacido en Córdoba, había jugado como aficionado y acabó siendo pieza clave en la construcción del fútbol-base del Real Madrid. En aquel tiempo, ambos prestaban sus servicios en el club blanco y yo gozaba de su amistad.
Aquella tarde calurosa, con el estadio abarrotado, se unió a nosotros Norberto Amaro Domínguez -tío de Amancio Amaro-. Norberto era todo un personaje que había jugado en muchísimos equipos, como delantero centro aguerrido, y también había entrenado a varios clubes. Norberto Amaro vivía el fútbol apasionadamente y, entre otras anécdotas, le gustaba recordar el gol que le fue invalidado por el árbitro al romper la red del Atlético de Ceuta con su potente disparo. El hecho ocurrió en la temporada 1959. Cuando el equipo ceutí se enfrentaba a la Unión Deportiva Cartagena en una fase de ascenso a Segunda.
Tampoco se me ha olvidado la conversación que mantuvimos acerca de la impresión que causaba jugar en el Bernabéu. Y salieron a relucir los éxitos, como consecuencia de la rápida adaptación de su sobrino, Amancio Amaro, a un Madrid que ya arrasaba en Europa y que contaba con jugadores estelares. Actuaciones de las que yo disfruté por vivir entonces en la capital de España.
Pedro Eguiluz -cuando hablaba de fútbol había que prestarle toda la atención habida y por haber- dijo que muchos grandes futbolistas se habían achicado nada más ponerse la camisa blanca. Les había afligido tener que actuar en escenario tan suntuoso. Y nunca pudieron soportar tamaña presión. En cambio, otros compañeros, menos dotados técnicamente, triunfaron haciendo lo que mejor sabían. Debido a que fueron capaces de domeñar su estado emocional.
Yo tuve la suerte de ver jugar al Madrid muchas veces en el Bernabéu, durante los primeros seis años de los llamados 'felices sesenta'. Y los aficionados eran tan exigentes como ahora y, por tanto, mostraban su disconformidad a los jugadores por nada y menos. Tal vez porque la identidad madridista haya ido siempre aparejada con las muestras de intransigencia dedicadas a cualquier desliz de sus ídolos.
Lo cierto es que ningún jugador del Madrid, ni siquiera Di Stéfano, ha podido eludir la música de viento de un estadio en el cual ganar y rendir plenamente es obligación de cada día. A nadie se le concede la menor tregua ni tampoco los cien días de espera. De modo que muchos profesionales se han sentido -y lo que te rondaré, morena- incapaces de vivir tamaña ansiedad. Y deciden buscar otro destino donde acaban dando la talla. Aunque siempre les quedará el pesar de no haber sido capaces de superar prueba tan dura.
Adenda: merece ser destacada la actitud de Mateo Kovacic. Por haber insistido en jugar como él acostumbra y corriendo los riesgos que su manera de proceder en el medio campo llevan consigo. Prueba evidente de que ha logrado imponerse al ambiente que reina en un escenario donde se castigan las pifias sin la menor consideración y a voz en cuello..
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