Mi amistad con él data de mucho tiempo. Pero mucho. De cuando la vida en esta ciudad no se parecía en nada a la actual. Y no me pregunten si aquella convivencia era mejor o peor que la de ahora porque yo no soy de los convencidos de que tiempos pasados fueron mejores. Lo que sí sé es que entre Mohamed Chaib y yo la amistad sigue intacta -con los altibajos correspondientes- desde hace 36 años. Que ya son años.
Pues bien, hoy, como otros muchos días, nos hemos visto muy de mañana y hemos quedado para charlar un rato, y los dos hemos llegado a la cita con la puntualidad que nos caracteriza. La conversación se ha basado en mirar hacia atrás. Hasta adentrarnos en los años ochenta. Cuando yo regentaba el Pub Tokio y el local se convirtió en el centro de cita de muchísimos ceutíes.
Nos acompaña un amigo de MCH y éste desea que yo le hable de aquel pasaje de mi existencia. Vivido por Chaib casi todas las noches. Y no tengo el menor inconveniente. Te cuento, le digo. A partir de las cinco de la tarde el local estaba ya abarrotado de militares. Luego llegaban propietarios y empleados de bazares y, por último, acudían las personas que frecuentaban la noche. Mayormente, nocherniegos.
En el Pub Tokio alternaban políticos, funcionarios de toda clase y condición y autoridades en general. Yo solía tomar asiento en el rincón de la barra en la cual estaba instalada la caja registradora. Y siempre estaba dispuesto para escuchar atentamente a clientes y clientas que quisieran pegar la hebra conmigo. Ni que decir tiene que llegó un momento en el cual aquella esquina de la barra se convirtió en un confesionario. Así que supe de muchas cosas a las que decidí otorgarle secreto de confesión.
Algunas de ellas, aunque guardándome muy bien de mencionar nombres, salen a relucir. Mientras Chaib mantiene la sonrisa de oreja a oreja, quien nos acompaña se ríe a mandíbula batiente. Y pronto me dice que no entiende cómo es posible que yo no cuente en forma de relato lo ocurrido en aquella época y en aquel local. Por estar convencido de que sería muy bien recibido por los lectores.
Mi respuesta fue la siguiente: debido a que yo sigo creyendo que todas aquellas personas iban al Tokio que yo regentaba porque se sentían a gusto. Y muchas de ellas, además, confiaban ciegamente en mi discreción.
Tal es así que no dudaban en contarme sus alegrías, sus cuitas, sus fracasos, sus deseos y, cómo no, sus ambiciones y tendencias. Algunas obtuvieron mi ayuda. Directa o indirectamente. Y jamás me aproveché de ellas. Así que, transcurridos tantos años, no creo que haya motivo alguno para exponer lo sabido en plaza pública.
Mohamed Chaib da fe de cuanto digo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comenta mis escritos ,pero desde el respeto.
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.