Cuando me enteré de que Germinal Castillo iba a presentar su libro 15 cuentos de Poniente y 1 de Levante, hecho ocurrido en noviembre del pasado año, dije para mis adentros: este tío está sobrado de valor. Y es que el cuento, por ser un mecanismo casi perfecto, exige el dominio del oficio.
El cuento es una flecha disparada hacia un blanco, como afirmaba el escritor Horacio Quiroga. Y ya se sabe que si la flecha se desvía no llega al blanco. El arte de escribir cuentos es poder decir mucho con muy poco, concentrar una idea en pocas páginas. Hasta el punto de que es bien sabido que si el novelista suma, el cuentista resta. No hay mejor ejemplo que el de Augusto Monterroso: estrella de los minicuentos con cierto aire de chisme.
Sobre cuentos se ha escrito y se ha dicho ya todo y prolijamente. Así que no creo que deba ahora extenderme al respecto. Porque ni viene al caso ni tendría sitio en este formato. Eso sí, el cuento cuenta algo que le pasa a alguien. Los cuentos se dividen en literarios y populares. Y éstos, a su vez, se pueden dividir en cuentos de hadas; en cuentos heroicos; cuentos míticos; cuentos de animales; fábulas, etcétera.
De modo que una vez leído 15 cuentos de Poniente y 1 de Levante, no hace falta ser muy listo para llegar a la conclusión de que la imaginación de su autor ha tenido que viajar entre nubes de algodón para ofrecerles a sus niñas fábulas capaces de enriquecerlas y hacerlas mejores en todos los sentidos. Mediante narraciones breves que nos hacen leerlas de un tirón.
Las niñas de los cuentos -si me equivoco, estimado y bien conocido Germinal, perdóname- son todas la misma niña. La que nunca ha dejado de ser la niña de tus ojos: "A ti que algún día descubrirá lo infinitamente inmenso que es mi amor por ti, como antes del primer día". "A ti, que ya sé que me quieres".
En fin, que habiendo leído 15 cuentos de Poniente y 1 de Levante, en un santiamén, gracias a que Fernando Rodríguez, extraordinario lector y amigo, tuvo el detalle, una vez más, de dejarme el libro en un sitio que suelo frecuentar y que me fue entregado nada más llegar, no tengo más remedio que felicitar a Germinal Castillo. Porque los géneros literarios no son ni chicos ni grandes. Sencillamente se distinguen por estar mal o bien escritos. En este caso, además de bien escrito, destacan los buenos sentimientos y el amor de su autor por la niña de su libro.
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