A Zinedine Zidane lo admiré como futbolista. Y como entrenador lo he venido observando desde que entrenaba al Madrid-Castilla. Así que lo he ido conociendo por sus declaraciones en los medios y por su comportamiento en los banquillos. Signos externos que me han permitido imaginármelo cual alguien capaz de dominar sus emociones y sobre todo con la personalidad adecuada para no caer en las redes de la volubilidad. Así que me he negado a creer lo que se rumorea sobre él: que es caprichoso.
Decía Hegel que nada importante se ha hecho nunca en el mundo si no lo hecho la pasión... fría. La otra, el fácil apasionamiento, que nos arrebata un momento, no ha servido nunca para nada estimable. La clásica pasión necesita de la ayuda de las dos cosas más gélidas que hay en el mundo: la clara reflexión y la firme voluntad. Es lo que debe hacer en estos momentos el entrenador del Madrid.
A ZZ le toca pensar y actuar con celeridad. Puesto que el próximo partido de su equipo es el domingo y nada menos que frente a la Real Sociedad en el Bernabéu. La peligrosidad del equipo donostiarra es harta conocida. La cual adquiere más importancia por las últimas derrotas del equipo madridista. Una de ellas ha causado su eliminación de la Copa del Rey. En suma, lo sucedido ha posibilitado que la palabra crisis haya salido a la palestra. Nada extraño tratándose de tan grande club.
La crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de nacer (Bertolt Brech). En una situación de crisis, rapidez y precisión van cogidas de la mano. De manera que ya va siendo hora de que Benzema se percate de que está haciendo el panoli. Y que deje de escuchar los cantos de sirena de los exquisitos que pululan alrededor de nuestro fútbol elogiando detalles y arabescos más que las acciones prácticas. Son ellos, tales exquisitos, los que se admiran de un control, regate o finta y, sin embargo, ponen cara de asco cuando Mariano, por ejemplo, pone firme a sus marcadores.
Como máximo responsable técnico, Zidane tiene absoluta libertad para elegir a quienes deben jugar, claro que sí; pero esa libertad es la misma que lleva emparejada la necesidad de acertar. Puesto que el destino de los entrenadores, máxime en el Madrid, depende de los resultados. Y son éstos los que conducen al éxito o a la fatalidad. Precisamente, los triunfos son lo que le han acompañado a Zidane desde que se hizo cargo del equipo.
Por consiguiente, no creo que los logros le hayan obnubilado las ideas. Hasta el punto de seguir empecinado en confiar en varios jugadores sin solución de continuidad. Por más que sus actuaciones estén siendo calamitosas. ¡Ahí está el busilis! Se me antoja, pues, que el domingo frente a la Real Sociedad será una prueba dura para Zidane en el Bernabéu. Y nadie mejor que él lo sabe. Y no creo que lo esté pasando bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comenta mis escritos ,pero desde el respeto.
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.