Azcoitia y Gallardo

Hoy he estado hablando con Miguel Ángel Azcoitia. Y el fútbol ha prevalecido en nuestra conversación. Debido, entre otras cosas, a que es lector diario de Aires de Ceuta. Página en la que yo comento los partidos del Madrid. Miguel Ángel ha heredado el saber estar de sus mayores. Y, como siempre, ha sido un placer compartir pareceres con quien jugaba al fútbol como los ángeles. Si es que éstos juegan al fútbol.

Metidos de lleno en analizar tácticas, cambios improcedentes, actuaciones pésimas de algunos jugadores, y demás cuestiones relacionadas con los dos últimos partidos jugados por el Madrid, a mí se me olvidó decirle a MA que, hace pocos días, tuve la oportunidad de dialogar un rato con su tío Javier. Y que los recuerdos afloraron.

Yo siempre he mantenido, y creo haberlo escrito, que me agrada sobremanera referirme a la familia Azcoitia. Pues tuve la suerte de tratar con los tres hermanos: Eulogio, Santiago y Javier. Y debo decir que, durante años, me demostraron lo mucho que valían. El apretón de manos para ellos era una firma de rango. Me distinguieron con su amistad y en todo momento me ofrecieron su ayuda cuando yo me convertí en empresario de hostelería.

Santiago solía preguntarme, cuando procedía, acerca de si era cierto que su hijo, Miguel Ángel, jugaba tan bien al fútbol como decían... Y yo le respondía que sí. Porque contaba con cualidades suficientes para poseer la mejor condición futbolística. Santiago me miraba y, tras tomarse un respiro, remataba la faena de tal guisa: "Miguel Ángel debe terminar la carrera e interesarse por los negocios de la familia".

Dejo a Miguel Ángel Azcoitia en su despacho de Cajamar-Caja Rural y me doy de bruces con Alberto Gallardo Ramírez. Quien, como buen perfeccionista, anda ajetreado para que el primer acto correspondiente a la celebración del V Centenario de la Fundación Eduardo Gallardo Salguero sea un éxito. Que lo será. Puesto que la conferenciante es nada más y nada menos que Isabel San Sebastián. Periodista y escritora. Mujer que está en posesión de cualidades que la distinguen. Cuando salgan estas líneas, ya habrá concluido el acontecimiento.

Pero hoy quiero recordar que mis relaciones con Eduardo Gallardo Salguero fueron cortas pero suficientes para conocer a un gran hombre. Un hombre muy educado, buen conversador, moderado en su decir, y sobre todo amigo de sus amigos. Un día, al cruzarnos por la calle, llamó mi atención para decirme que me leía con interés. Y me invitó a pasar a su despacho para enseñarme la cantidad de artículos que guardaba en carpetas.