Adolfo Blanco -Fito para los amigos- representaba en esta tierra la alegría de vivir. Charlar con él era saber de antemano que uno iba a salir contagiado de su entusiasmo, de su contento y sobre todo con el ánimo dispuesto para soportar la tarea diaria, que nunca ha sido ni será cosa fácil. Fito era, a tiempo completo, una bocanada de aire fresco. Un tipo con quien se podía hablar de todo porque tenía siempre la respuesta adecuada para quitarnos los malos pensamientos de la mollera. Hoy he estado hablando con él, una vez más, después de lo de su hijo y entiendo -cómo no lo voy a entender- que, cada mañana, al levantarse, lo haga como un bicho malherido. Y que la ansiedad le pueda. Y, naturalmente, que todavía le cueste lo indecible recuperar el equilibrio. Pero tengo la certeza de que muy pronto volverá a ser quien era... Aunque sea con los ojos arrasados por las lágrimas.
Jorge Sevilla.
La primera vez que coincidimos, hace ya sus años, fue para discutir sobre no sé qué... Recuerdo que nuestro desencuentro parecía tener visos de conducirnos por la vía de una enemistad perpetua. De hecho, hubo de pasar mucho tiempo para que decidiéramos volver a pegar la hebra con la tranquilidad de quienes gustan relacionarse tomando el aperitivo de la amistad, cada vez que se hallan en los sitios de costumbre. Así que hoy hemos pasado un rato agradable. Sobre todo cuando ha salido a relucir el jolgorio que se produjo el 24 de diciembre en la plaza de mi siempre recordado Menahem Gabizón. Jarana que aún sigo paladeando. Jorge Sevilla, créanme, entra superior a medida que se le va conociendo. Y mi obligación es publicarlo.
Conversando con AG en La Trastienda
Por cierto, decido hacerle el artículo a esta taberna, debido a sus buenos vinos y a sus exquisitas tapas. No hay de qué... Ana me dice lo mal que le sienta la impuntualidad. Y me cuenta que había quedado con una amiga y ésta apareció cuarenta minutos más tarde del tiempo acordado. Y yo, inmediatamente, me acuerdo de que la falta de puntualidad entra en el apartado de los pecados de soberbia. Y me pongo a recitarle de memoria lo escrito por Fernando Díaz Plaja en El español y los siete pecados capitales: "La impuntualidad es otra muestra de soberbia porque implica el desprecio hacia el que espera".
Y además decido contarle la anécdota siguiente:
En un pueblo andaluz el nuevo párroco se asombró al ver que los funerales se fijaban "a las siete para las ocho". Preguntó y le dijeron que esa era la fórmula para asegurar la asistencia. "Y si se va a hacer de todas formas a las ocho, ¿por qué no decimos a las ocho?".Y recibió la siguiente contestación: ¿Quiere usted que venga la gente a las nueve?
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