Sin lector no hay escritura que valga. Se ha dicho hasta la saciedad que lo peor que le puede ocurrir a quien escribe es carecer de lectores. Y es que el poeta se pregunta: "¿Puede un hombre hablar sin que nadie lo atienda?: su voz clamará en el desierto; pero, sin alguien que lo lea, el libro quedará sordo y mudo...".
Tener lectores es muy gratificante para el escribidor pero a la vez estará más expuesto a las críticas buenas o malas de cuantos acuden prestos a empaparse de cuanto dice. Máxime si ha decidido hacerlo diariamente. Y sobre todo en una ciudad que apenas tiene diecinueve kilómetros cuadrados.
Un territorio pequeño aunque con problemas de urbe desmesurada. En el cual todo se magnífica, todo se infla, todo termina por hincharse hasta extremos insospechados. Hipertrofia que exige gran vitalidad para seguirle el paso. Y, naturalmente, quien escribe ha de contar con el mínimo valor para soportar las persecuciones y el deseo de algunos personajes de borrarle del mapa.
Así me expreso ante un abogado, lector mío desde hace ya muchos años y que, en esta mañana fría de diciembre, trata de sonsacarme el motivo por el cual mis escritos han perdido esa combatividad de la que hacía gala cuando prestaba mis servicios en un periódico y seguía las directrices de su editorial.
Pues claro, tú los ha dicho -le respondo-; lo raro hubiera sido llevarle la contraria a la línea requerida por el medio. De haber sido así, como tú comprenderás, no habría podido permanecer diez años escribiendo en la contraportada de un periódico asediado por enemigos que nunca cejaron en su empeño de acabar con él como antes lo hicieron con otro donde yo también puse mi pluma a su servicio.
De todas formas, y dado que nos conocemos desde hace muchísimo tiempo y sé de tu interés por saber a qué se debe que yo haya escrito, fechas atrás, que lo mejor que nos puede pasar es que Juan Vivas se presente a las próximas elecciones y las gane, me vas a permitir que te pregunte lo siguiente: Dime el nombre de alguien que pueda suceder a Vivas sin ser de su partido. Pues lo cierto es, aunque tú no lo creas, que yo también suelo pensar a veces más en el interés general que en el particular. Y así me va...
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