Perdonen que empiece hablando de mí. Cuando yo ejercía de entrenador encasillado en la tarea de ser llamado por los equipos que ocupaban los últimos lugares de la clasificación y que estaban abocados al descenso, acudía con las ideas muy claras: hacerles ver a los jugadores que el motivo principal de tan agobiante situación era única y exclusivamente porque fallaban estrepitosamente en casi todo lo que hacían. Palabras que, dichas de sopetón, causaban malestar entre los componentes de la plantilla que achacaban las derrotas a la mala suerte. Eso sí, inmediatamente les daba la de cal: si ustedes son capaces de corregir las deficiencias en el menor tiempo posible -de eso me ancargo yo-, no tengan la menor duda de que ganarán tres partidos seguidos y todo será bien distinto a partir de entonces. Lo que jamás se me habría ocurrido es contarles el cuento del alfajor: Somos el mejor equipo en nuestra categoría y cosas por el estilo. Más o menos fue lo que declaró Joaquín Caparrós cuando se comprometió con Osasuna. Ayer, frente al Barcelona, como antes en Leganés, Granada (Copa del Rey) y Sporting de Gijón, su equipo dio pruebas evidentes de no haber mejorado en ningún sentido. Caparrós, sin embargo, cuenta hasta con el beneplácito de Alfredo Relaño (director del diario AS). Quien deseaba fervientemente el nombramiento de JC como seleccionador nacional. Lo cual pone de manifiesto la habilidad del técnico nacido en Utrera para ganarse a los periodistas. Lo cual no es moco de pavo.
Pep Guardiola
El Manchester City empezó ganando los primeros partidos y los comentaristas españoles no dudaron en echar las campanas al vuelo. Salieron en tromba a decirnos, una vez más, que la posesión es lo más grande que le ha podido ocurrir al fútbol y que Pepe Guardiola era el hacedor de un modo de jugar que es innegociable. Y anduvieron dándonos la lata, con valor de coñazo, pesadez y molestia, durante semanas y semanas. El equipo de Guardiola, sin embargo, hubo de ganarle al Barcelona jugando a lo que pudo; es decir, haciendo todo lo contrario a lo que él y sus adláteres predican como si fuera un descubrimiento más grande que la penicilina en su día. El Manchester City está siendo vapuleado últimamente y más que posesión sus jugadores parecen estar poseídos por el desconcierto de un entrenador cuyo equipo, el más caro de la historia de la Premier League, y de cualquier otra, tiene como único recurso poner de delantero centro a Yaya Touré cuando aún quedaba más de medio hora de juego y perdía por tres a cero. Pues bien, si usted es lector de todo lo que dicen los periódicos podrá comprobar que el peor de todos los entrenadores se llama José Mourinho. A quien acusan de ser el enemigo de la posesión. O sea, un hereje.
Narrador y glosadores
Ayer, durante la trasmisión del partido Real Madrid-Deportivo de la Coruña, nuevamente el narrador y los glosadores se dedicaron durante minutos y minutos del encuentro a ensalzar la figura de Isco. Mientras los demás jugadores sólo recibían muestras de desagrado de semejante naturaleza: "Kroos no está fino". "No interviene apenas en el juego". "James no acaba de encontrarse". "Está perdido". "Asensio ha ido de más a menos". Y así iban desgranando sus críticas adversas. En un intento claro de hacernos creer que en el césped nada más que prevalecían las acciones del jugador malagueño. A éste le llovían los epítetos. Era tocar el balón y las tres gargantas -la de Robinson, Maldini y Carlos Martínez- gritaban al unísono las virtudes del jugador nacido en Arroyo de la Miel. El colmo de semejante parcialidad alcanzó su cima cuando Zidane prescindió de Isco. Fue entonces cuando a los señores del micrófono se les vio el plumero. Clamaban contra la decisión. Y lo que es peor: decían a voz en cuello que el sustituido debió ser James. Sin percatarse de que lo que buscaba Zidane, con la entrada de Mariano, era que la zurda del colombiano funcionara en los pases aéreos. La coincidencia del trío en las opiniones contra James me pareció extraña. Sobrecogedoramente extraña.
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