Se desdice Guardiola y Zidane sigue equivocándose

Yo suelo tomarme un día de asueto, cada semana, y lo dedico a frecuentar bares donde sé que puedo coincidir con conocidos y hasta con quienes nunca me ha sido posible pegar la hebra a gusto. Gracias a esa costumbre, créanme que me lo suelo pasar bomba. En esta ocasión, miércoles, he compartido aperitivo con Manuel González Bolorino y Javier Arnáiz. Y motivo de nuestra conversación ha sido lo ocurrido en el partido Manchester City-Barcelona, celebrado ayer y del cual no deseaba decir ni pío. Pero, tras oír las opiniones de los contertulios ya citados, decidí emitir mi parecer.

El Barcelona dominó el partido hasta que Messi logró su gol en el minuto veintiuno. Antes, el árbitro, Kassai, húngaro él, no se había atrevido a indicar el penalti que le hicieron a Sterling. Al grano: a partir de ahora quienes han venido aireando que la forma de jugar de los equipos entrenados por Guardiola es innegociable deberían sellar sus labios. Puesto que el muchacho nacido en Santpedor optó por renunciar a sus ideas futbolísticas, tan cacareadas por él y por intelectuales de pacotilla, para amedrentar al Barcelona con el pase largo y el contraataque. Y acertó Guardiola. Porque los sistemas tácticos son todos asumibles siempre que sirvan para ganar. Que es de lo que se trata. Por más que los cursis de turno digan lo contrario.

Cierto es que con ese juego, que comenzaba con el saque largo de Caballero para superar el medio campo azulgrana y aprovecharse de los rechaces, el City halló el mejor colaborador en  Sergi Busquets. De quien dije lo siguiente el 6 de octubre, cuando Italia y España empataron a uno, en un artículo tiulado así: España se diluye en la segunda parte. Busquets trota más que corre y encima evidencia unas torpezas de futbolista venido a menos. Busquets es un medio centro defensivo que no defiende. Y que se deja ver solamente cuando su equipo está en posesión del balón. Busquets podría jugar vestido de chaqué.

Y de un Busquets perdido en el campo pasamos a Zinedine Zidane haciendo todo lo posible para que volvamos al fútbol de las cavernas y que consiste en despreciar el medio campo por cuestiones inconcebibles: porque tienen que jugar los jugadores con más nombres. En esta ocasión no fueron tres los delanteros sino cuatro. Es decir, Bale, Cristiano, Benzema y Morata. Dejando todo el ancho y largo del campo a Kroos y Kovacic. Un auténtico disparate al que se unía otro de dimensiones considerables: la alineación de Coentrao. A quien hasta el andar le cuesta trabajo.

Pues bien, al minuto de juego marcó Bale un golazo. Y el Legia estuvo dando boqueadas hasta que Benzema obtuvo el segundo en el treinta y cuatro. Hasta ese momento las ayudas a Kroos y Kovacic habían sido pocas por parte de Morata, Benzema o Bale. Pues Cristiano no estaba ni se le esperaba. Pero a partir de ahí se echaron a la bartola y pronto llegó el golazo de Vadis. Y el Legia sacó el orgullo de equipo despreciado y fue subiendo de ritmo y de juego y acabó el primer tiempo amenazando a un Madrid que se había partido en dos. Por más que Kroos y Kovacic intentaran remediar tamaño desaguisado.

Tiempo tuvo Zidane para enmendar sus errores. Yerros de bulto imperdonables. Máxime cuando el trabajo a destajo de Kovacic y Kroos les iba mermando la condición física. Y Guilherme desbordaba a Coentrao cada vez que recibía el balón. En medio de un caos generalizado, que se suele producir cuando un conjunto desprecia la zona ancha, fueron llegando los goles del conjunto polaco. Un desastre que evitó en parte  el mejor jugador del Madrid al obtener el tanto del empate: Kovacic.

Imperdonable a todas luces las decisiones del entrenador del Madrid. Sobre todo poniendo de manifiesto que no le da la menor importancia al dominio del medio campo. Zidane está jugando con fuego. De humano es errar. Pero el error sistemático es de necio.