Yo conocí a un periodista, allá por los sesenta del siglo pasado, que estaba excepcionalmente dotado para la redacción de notas necrológicas (más que notas panegíricos), y era muy requerido por familiares y amigos de fallecidos para que los despidiera con los mejores epítetos. Sus necrológicas aparecían en la sección de obituarios, y acorde con la importancia del muerto, así los beatificaba, en muchas ocasiones con más devoción que la Iglesia católica. Eran necrológicas escritas con pan de oro, que son aquellas que se dedican a intelectuales y artistas.
Cada vez que llegaba el afamado necrólogo a su cita para tomar el aperitivo en una cafetería sita en el Paseo de Recoletos de los madriles, los allí presentes le recordaban, entre bromas y veras, que en caso de diñarla esperaban la mejor despedida por su parte. Y el periodista, todo ufano, aprovechaba la ocasión para beber de bóbilis bóbilis. Esto es, por la cara. Pero a los asistentes no les importaba en absoluto la actitud de quien nunca había hecho, siquiera, la intención de meterse la mano en el bolsillo. Lo que deseaban es llevarse bien con él. Por si acaso...
Y es que los españoles sabemos enterrar muy bien a nuestros muertos. No en vano tenemos grabados a fuego en la memoria que "decir faltas de difuntos y examinar quienes fueron: repruébalo la caridad cristiana". De modo que somos capaces hasta de convertir los pecados del difunto en virtudes. Parece mentira, pues, que Podemos aspire a gobernar España confundiendo el respeto de un minuto de silencio con el fanatismo de loar la trayectoria de la persona que aún está de cuerpo presente. Craso error.
De Rita Barberá se han dicho muchas cosas en los últimos tiempos. Después de haber sido veinticuatro años alcaldesa de Valencia. Una alcaldesa popular y populista y por tanto capaz de enardecer a sus paisanos con discursos preñados de topicazos desde un balcón del edificio municipal y que parecían hechos a la medida de su forma de ser y entender la vida mediterránea. RB vestía de rojo, casi siempre. Color muy acorde con el amor al fuego que existe en su tierra.
El ardor de Rita Barberá quedó plasmado en 'El caloret' gritado con todas sus fuerzas como testimonio de estar poseída por el deseo de vivir plenamente en días de vinos y rosas. Ese momento ha quedado grabado en la mente de los valencianos, y españoles en general, como lema con el cual empezar a disfrutar de cualquier acontecimiento. Y las fiestas falleras no creo que sean moco de pavo. 'El caloret' fue, quizá, la última expresión jubilosa, al menos que yo recuerde, que salió de la boca de una mujer que, a pesar de llevar tantos años participando en primera línea de la política activa, olvidó que para no caer en desgracia en la vida hay una consigna que nunca falla: "No esperes nada del amigo y sí del enemigo".
En el caso de la difunta señora Barberá tampoco el enemigo -Podemos- ha creído conveniente dedicarle no sólo unas palabras piadosas, sino que sus dirigentes se han negado a guardar sesenta segundos de silencio por lo suyo. Cicatería incomprensible en quienes han de ganarse la confianza y el respeto de todos los que aún vivimos y acudimos a las urnas. De cualquier manera, Rita Barberá, aunque últimamente estaba pasándolas canutas, ha recibido la visita de la Parca tras haber disfrutado durante casi un tercio de su vida cumpliendo con su vocación de política.
La frase: "Una careta agria de odio y amargura cubre la vida actual española".
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