Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

lunes, 21 de noviembre de 2016

El populismo

Está de moda, según leo en periódicos digitales y veo en tertulias televisadas, debatir acerca de lo que es populismo y hasta se entretienen en decirnos cuál es la definición del DRAE al respecto: Doctrina política que pretende defender los intereses de la gente corriente, a veces demagógicamente. Es decir, que los políticos suelen manifestarse en sus discursos con un único fin: agradar o exaltar a las masas, generalmente con métodos poco lícitos.

En realidad, la denuncia contra la demagogia tiene más años que Matusalén. La democracia es el reino de los sofistas, que en lugar de ilustrar al pueblo, se contentan con estudiar su comportamiento y con erigir en valores morales sus apetitos (Platón). Sofisma, por si alguien no lo sabe, es razonamiento con que se hace ver como verdadero algo que es falso. A los sofistas, una vez metidos en faena, les importa un bledo y parte del otro pronunciar soflamas; las cuales no dejan de ser arengas, proclamas o zalamerías para convencer a los más necesitados de que ellos tienen la solución para todos sus males.

Para triunfar como demagogo hay que tener un aspecto honrado y así poder engañar al personal que acude con celeridad a oír lo que anda deseando que se le diga: que cada cual disfrutará de empleo con el que cubrirá todas  sus necesidades y, naturalmente, de su familia. Los populistas también han de ser mentirosos profesionales. Ejercicio muy difícil. Y, por encima de todo, han de contar con la dosis de arte suficiente como para hacer ver a sus oyentes los grandes males que se abatirían sobre ellos si acaso decidieran no seguir sus consejos.

Todos ellos, esto es, consejos y advertencias que van encaminados, como ustedes  bien saben, a hacerles ver a los ciudadanos que deben volcarse en las urnas a favor de las siglas que ellos afirman son las únicas capaces de poner a los ricos en su sitio y a las clases medias en el lugar que les pertenece y que nunca debieron perder por sometimiento a los partidos que pertenecen a la casta política. Que son los causantes del privilegio. La palabra que separa, que divide, que hace distingos entre hombre y hombre. Y que pone al pueblo fuera de sí.

Discurso, la verdad sea dicha, que no sólo prende entre los ciudadanos por la verbosidad persuasiva de los oradores populistas, sino que cala hondamente cuando las crisis económicas son de tal magnitud que a los pobres de solemnidad se les unen todos los pobres nuevos procedentes de la clase media que antes vivían decentemente. Es lo que está ocurriendo en España desde hace ya mucho tiempo.

La política ha tenido siempre grandes excitadores, cada cual a su estilo, para actuar en momentos claves, como los que estamos viviendo, debido a que somos un país fácil para la excitación. Por lo tanto, la demagogia ha sido una de las artes políticas más ejercidas entre nosotros. Y ha contado con un gran número de populistas. Hay que renocer que la izquierda, unas veces con razón, y otras sin ella, ha tenido demagogos muy célebres.

La derecha, sin embargo, que eligió siempre lenguajes moderados para una clientela que no apetecía oír la exageración, hace ya la tira de tiempo que evolucionó hacia el populismo, aprovechando que los socialistas estaban más interesados en parecerse a las clases instaladas y cultas. De modo que la irrupción de Podemos los cogió in albis. O sea, mirando a las musarañas.

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