Ahora que el Partido Socialista Obrero Español está pasando el quinario. En momentos donde los agoreros van anunciando el fin de unas siglas más que centenarias y que fueron capaces de darle vida a un Estado moderno, durante los primeros años de Felipe González como presidente del Gobierno, yo no tengo ningún inconveniente en decir -aun a sabiendas de que a nadie le importa un comino el hecho- que yo he venido votando a los socialistas desde que en España se instauró la democracia.
Por consiguiente, mentiría si no dijera que estoy abochornado por la forma en que se ha divivido el partido socialista. Su escisión se ha escenificado mediante un escándalo público. En una calle céntrica de Madrid. Esto es, en plaza pública. Donde los dirigentes del partido fueron increpados o festejados, acordes a sus puntos de vista en el desencuentro existente en el seno del partido.
Viendo por la televisión espectáculo tan lamentable, en día sabatino, con pesar y rabia, hubo un momento en el cual apareció una señora diciendo a voz en cuello: "En este momento la única autoridad que existe en el PSOE es la presidenta del Comité Federal que, les guste o no a algunos, soy yo, porque me eligieron mis compañeros y compañeras".
Verónica Pérez, que así se llama la señora en cuestión, tuvo su momento de gloria en un día trágico para su partido. Un instante de placer que dura menos que dejarse llevar en volandas por una ola próxima a desintegrarse en la orilla. Dada semejante atracción circense, decidí informarme sobre quién era la política en cuestión. Y quedé enterado de que es secretaria general del PSOE de Sevilla y presidenta del Comité Federal. Y, a su vez, persona de mucha confianza de la presidenta de Andalucía. Y, por lo que cuentan, una señora muy válida.
La señora Pérez forma parte de su partido desde que cumplió los 14 años. Dicen que llegó a su sede con calcetines y que está dispuesta a permanecer en él toda su vida. Y está en su perfecto derecho de hacerlo. Por más que yo piense que la política debe ser un momento en la existencia de cualquier persona, no toda su vida desde la adolescencia hasta la muerte. Y mucho menos cuando se pone el mingo sin venir a cuento, como así lo hizo la socialista sevillana, dentro y fuera de la sede de Ferraz, el pasado sábado.
Verónica Pérez podría defenderse diciendo que "Más vale vergüenza en cara que dolor de corazón". O lo que es lo mismo: refrán con que alguien se anima, o anima a otros a hacer cierta cosa necesaria o conveniente, pero que, por pudor, causa vergüenza. Aunque ni semejante alegato ni el que todo fracaso acompañado de una obcecación no es más que una fragilidad del individuo -referido a Pedro Sánchez por su deseo de mantenerse en el cargo-, impiden que uno siga viendo la sobreactuación de Verónica Pérez como una metedura de pata imperdonable. Una auténtica chabacanería.
¡Ah!, a quienes puede interesar: También es machismo darle la razón a una mujer cuando no la lleva".
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