Yo recuerdo que en los años ochenta se desbordó la delincuencia hasta límites insospechados. Tal es así que la vigilancia nocturna fue intensificada por la policía. Pero allí donde no llegaba la seguridad pública se formaban patrullas espontáneas para luchar contra la delincuencia; fue el caso de Granada, en donde los patrulleros civiles, encapuchados, salieron a las calles a tomarse la justicia por su mano.
En aquel entonces, yo era un noctámbulo empedernido. Debido a que regentaba un local nocturno y por tanto transitaba las calles de Ceuta a las dos o las tres de la noche. Tres veces me desvalijaron, en pocos días, mi establecimiento. El horario elegido por los cacos era siempre al amanecer. El policía encargado del asunto no daba con el ladrón o ladrones. Aunque no se cansaba de decirme que sus averiguaciones iban por buen camino.
Así que decidí indagar por mi cuenta. Y di con el ratero. Aunque jugándome el bigote. A partir de ahí nunca más volvieron a robarme ni tampoco a destrozarme el Pub Tokio. Antes había transmitido mis quejas -a un jefe de un cuerpo de policía- acerca de la inseguridad existente en la ciudad, y no dudó en responderme lo siguiente: "Creo que te equivocas, Manolo, lo que existen son unas estadísticas, ya que lo de inseguridad o seguridad es una cuestión psicológica utilizada muchas veces con interés político. Cargar las tintas sobre la inseguridad está desfasado".
De aquellos lances han transcurrido tres décadas. Y por más que aquel azote de los drogadictos callejeros, a deshoras, haya descendido y hasta puede también que el número de los atracos, la violencia sigue haciendo de las suyas cada dos por tres. Ahora bien, si uno decidiera preguntarle al Delegado del Gobierno, Nicolás Fernández Cucurull, al respecto, no dudaría en decirnos que el debate de la inseguridad ciudadana es algo que aparece cada equis tiempo con el único fin de meterse con el Gobierno.
A propósito de violencia y de víctimas. Los que escriben de tales sucesos -y también quienes los cuentan en radios y televisiones- deberían aprender cuanto antes la siguiente regla acerca de la edad del protagonista: "Hay que evitar expresiones tan desafortunadas (y frecuentes) como 'una joven de 33 años'. Ejemplo: "Otro tiroteo en el Príncipe envía a una joven de 33 años al hospital".
La norma es la siguiente: bebé, menos de un año; niña o niño, de 1 a 12 años; joven y adolescente, de 13 a 18 años; hombre o mujer, más de 18 años; anciana o anciano, más de 65 años. Este último término, sin embargo, sólo debe emplearse muy excepcionalmente, y más como exponente de decrepitud física que como estadio de edad. En tales casos, sosláyese con expresiones como 'un hombre de 65 años'.
¿Gracias?... De nada.
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