Se han cumplido 35 años desde mi llegada a esta tierra. Que ya son años. Y muy pronto me percaté de que la vida se hacía en la calle. Cierto es que en los ochenta aún florecía un comercio que invitaba a barzonear por el centro de la ciudad. También pude comprobar que en Ceuta, a pesar de estar bañada por dos mares, primaba la locuacidad de la raza latina, o mejor mediterránea, o como quieran ustedes llamarla.
Un día, charlando con don José Villar Padín, quien estaba en posesión de una cultura que más bien disimulaba que exhibía, se entretuvo en decirme que Sócrates inventó la razón en las plazuelas de Atenas, dialogando y ganando tantos amigos como enemigos. Y, aunque en nuestra sangre ya no haya ni pizca de griegos, no olvides nunca que la convivencia aquí se forja sabiendo bajar a la calle y entendiéndose con la gente.
En aquel tiempo, yo no tenía ni idea de que iba a escribir artículos en periódicos. Primer paso para terminar poniendo la cara y la firma a muchas columnas. El columnismo, desde los años setenta, era el fenómeno social y cultural más significativo de la transición española. En España, donde todo el mundo opina de política, de fútbol y de mujeres, escribir en la contraportada de un periódico en una ciudad pequeña era, y sigue siendo, una actividad de mucho riesgo.
Riesgos que asumí desde el primer día. Y, claro, dado que los editores de los periódicos no son tontos ni regalan el dinero, creyeron conveniente pagarme por opinar. Unos más y otros menos y hasta ocasiones hubo en las que decidí condonar deudas para seguir manteniendo las mejores relaciones con mis contratantes.
Hube de soportar, como no podía ser de otra manera, las correspondientes censuras. Y debo confesar que, cuando ello sucedía, me ponía frenético. Exudaba irascibilidad por todos los poros y hasta era consciente de que estaba labrando mi despido. Pero aquellas situaciones me ayudaron no sólo a aprender el oficio sino que fueron claves para aliarme nuevamente con el temple.
La censura es buena, y así lo refieren lo más afamados columnistas, cronistas y articulistas, porque obliga al escritor a ser más sutil. Y, como bien decía Umbral, todo escritor tiene el deber de ser más listo que su censor, Y, por supuesto, estoy de acuerdo en que la censura enriquece el estilo. De igual manera que para escribir sobre erotismo no hace falta hacer un tratado de fisiología de cintura para abajo.
Desde que nació este blog, he procurado ser lo más justo posible emitiendo mis pareceres, y en ocasiones, no pocas, me he censurado. Eso sí, a veces luchando a brazo partido con el dilema que tenía por delante. Ni que decir tiene que escribir la columna de una contraportada de papel, diariamente, tiene su miga. Si lo sabré yo que he soportado semejante carga durante más de una década. En principio, porque hay que elegir el tema y, luego, adaptarlo muchas veces a la vida de la ciudad.
Los ceutíes, como en todos los sitios, prefieren la opinión del conocido, amigo de barra o autobús, para decirle que la tiene tomada con Isco, Ramos o Busquets; que no es justo con las críticas acerbas que le hace al alcalde, o bien se muestran satisfechos de la semblanza publicada de un amigo. Y sobre todo, y por encima de todo, el columnista no debe olvidar nunca quién le paga y cuál es la línea editorial del periódico donde escribe. El columnista, además, debe tener lectores. De no ser así, poco o nada vale su opinión.
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