Con el brote de populismo surgido por mor de la crisis económica, la corrupción, el empobrecimiento de la clase media y el espectáculo que vienen dando los políticos, se viene diciendo que hay más franquistas en España que lepenistas en Francia.. Cierto es que semejante afirmación viene siendo tachada de tontería solemne por parte de quienes proclaman que ya va siendo hora de olvidarse de Franco.
Para muchos españoles el franquismo es pura historia; para otros muchos es todavía una mezcla de historia y vivencia, y es muy aleccionador ver cómo las revelaciones de las memorias personales, de los documentos que han ido saliendo a la luz, en unos casos confirman y en otros modifican o desmienten ideas que en su tiempo pasaban por evidentes.
En mi caso, recuerdo que, siendo yo escolta del ministro de Marina, don Felipe Abárzuza y Oliva, me designaron para acompañarlo a un Consejo de Ministros en El Pardo (1961). En el coche iba, además del chófer, uno de sus ayudantes: el teniente de navio Carlos Alvear. Terminado el consejo, y cuando apenas habíamos cubierto un trecho del camino, el ministró mandó parar el coche y eligió un sitio apropiado para orinar.
Una vez que se había aliviado, don Felipe abrió la boca para decir: Este hombre, se refería al Caudillo, es capaz de permanecer tres horas sentado y no le entran ni ganas de mear. Es más, Carlos, hoy parecía que había pasado una noche toledana; vamos, que estaba para no decirle ni pío. Cualquiera se atrevía con él.
De Franco se ha dicho siempre que carecía de calor humano, que helaba al intelorcutor no con la majestad de Felipe II, sino con su frialdad de pescado. Parecía no ser español, debido a su falta de emotividad y su más que demostrada flema. Y, desde luego, todos sus analistas coinciden en destacar que fue un hombre de chance en grado increíble. Su más que reconocida baraca le sirvió para salir indemne de todos los problemas que fueron surgiendo en la España donde él acumuló tanto poder y con tal fruición.
En cambio, el doctor don Antonio Puigvert, uno de los más eminentes urólogos del mundo, quien fue requerido para atender a jefes de Estado, a magnates de las finanzas, a artistas famosos, a dignidades de la Iglesia, etcétera, destaca en sus memorias la parte humana del Generalísimo. Nos cuenta cómo vio al Jefe del Estado sacarse un pañuelo del bolsillo (vestía de paisano) y pasárselo por los ojos humedecidos, tras visitar al general Muñoz Grandes, convaleciente de una operación de próstata. Incluso Puigvert nos dice que él recibió un fuerte y emotivo abrazo de Franco.
Franco tampo fue un asceta, como se ha dicho hasta la saciedad; con frecuencia abandonaba su mesa de despacho atiborrada de papeles para dedicarse a la caza y la pesca; aunque su verdadera pasión era el poder y lo satisfizo más allá de toda expectativa. Hay que remontarse hasta Felipe II para encontrar otro personaje histórico que acumulara tanto poder y con tal fruición.
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