La calle Jaudenes y la plaza dedicada a Menahem Gabizón se han convertido, gracias a sus bares, en lugares de citas, encuentros y reuniones. Bares de los que escribí meses atrás y que siguen funcionando más que bien. Olvidándome de La Trastienda. Taberna a la que suelo acudir una vez a la semana no sólo para saborear sus vinos y aperitivos, sino también porque me permite charlar con conocidos y en algunos casos amigos que también la frecuentan.
En La Trastienda estuve el miércoles pasado, y decidí sentarme en la terraza con una amiga. Y lo primero que se me ocurrió decirle, porque la conozco bien, es que hay que desconfiad de un pueblo donde no se ejerza el cotilleo. Y AG, que las coge al vuelo, me dijo que hiciera el favor de no tirarle de la lengua. A renglón seguido llegó el halago.
-Me ha gustado mucho lo que has escrito sobre Alfonso Murube.
Metidos ya en cháchara, AG sacó a relucir la amistad. Y quiso saber qué pensaba yo al respecto. Y le respondí con celeridad: "La amistad como el amor es una palabra polisémica gastada hasta la náusea".
AG insistió: ¿Me puedes decir, Manolo, cómo eliges tú a tus amigos?
Pregunta capciosa. Aunque no viene al caso decir por qué. Y, tras tomarme un respiro, le contesté así.
-Te diré lo mismo que decía un poeta de cuyo nombre no me acuerdo en estos momentos: "Yo elijo a mis amigos por su buena apariencia, a mis conocidos por su buen carácter, y a mis enemigos por su inteligencia".
-¿Y?...
Me gustaría decirte, querida AG, que mis enemigos son todos inteligentes. Que no tengo ni uno solo que sea un necio. Que todos son hombres con cierta capacidad intelectual, y en consecuencia que todos me aprecian. Pero ni quiero ni deseo mentirte. Pues que yo sepa, y de buena tinta además, mi único enemigo inteligente no da señales de serlo.
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