Quienes lo conocen dicen que Mariano Rajoy es un tipo que tiene lo suyo en las distancias cortas. Y lo describen como un personaje curioso que fuma puros habanos y, como buen gallego, encierra detrás de una sonrisa de conejo, por lo indefinida, vagas intenciones que nunca se sabe adónde lo quieren llevar.
Discípulo de Manuel Fraga, de quien se decía que el Estado le cabía en la cabeza, Rajoy lleva tantos años ocupando cargos políticos que ha llegado a convencer a los suyos de que hablar de ensoñaciones políticas o ideológicas, sean los que sean, no hará sino alejar a la gente que no le presta la menor atención a tales cuestiones..
Mariano Rajoy siempre se ha considerado un hombre 'normal' que se ocupa de los asuntos de la gente 'normal'. Y, por tanto, cree que lo único que le corresponde es decirles a los ciudadanos que está dispuesto a reducir el paro y que hará todo lo posible por seguir manteniendo el Bienestar Social y acabar con la corrupción.
Rajoy es partidario de que el primer requisito de un presidente es ser aburrido. El martes, en su discurso de investidura, dedicado a destacar los logros de su Gobierno, optó por leerlos y consiguió adormecer a la concurrencia. Así que volvió a acertar desde el "púlpito". Ya que los televidentes también cayeron casi todos en un sopor indescriptible.
En cambio hoy, miércoles, el presidente en funciones, recobrado ya de las críticas calculadas y esperadas, por mor del discurso soporífero del día anterior, recuperó su estilo alegre, sencillo, repleto de espontaneidad estudiada, y teñido de un humorismo que habría firmado el mismísimo Julio Camba (escritor gallego). Humorismo que desató la risa entre los diputados populares y la hilaridad de los militantes y votantes del Partido Popular.
Rajoy echó mano de la ironía y estuvo sarcástico y chancero. Combinando durante sus intervenciones los rasgos del aldeano gallego y del castizo madrileño. Poniendo de manifiesto, a veces, su socarronería proverbial. Y demostrando, una vez más, que es un gran parlamentario y que, de haber querido, podría haberse consagrado, en su momento, como comediante de primera fila. Lo malo es que España no está para que los actores políticos conviertan el Congreso de los Diputados en un vodevil.
A propósito: el discurso incendiario de Rafael Hernando Fraile, portavoz del PP, no fue el más apropiado para que, después de esta investidura fallida, pueda su partido sacar adelante la del próximo viernes.
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