Entre mis lecturas diarias, dicho sin ánimo de presumir, hay una a la que acudo sabiendo que me expongo a evocar situaciones propensas a adentrarme en añoranzas nunca saludables y mucho menos a ciertas edades. Me refiero a "La página web antropológica que dirige José María Morillo y que mañana publicará el número 1.000 de Gente del Puerto". Y lo vengo haciendo desde julio de 2008. Fecha en la que vio la luz una publicación en la cual sus habitantes son los verdaderos protagonistas y que cuenta con la ayuda de valor inestimable de Diario de Cádiz.
Muchas veces suelo demorarme en la lectura de las voces y expresiones del habla popular de mi pueblo: El Puerto de Santa María. Sección titulada así: "Palabrerío Porteño". Otras, vuelvo a leer artículos que siguen teniendo la frescura e interés suficientes para seguir disfrutando de vigencia indiscutible. Podría mencionar los nombres de sus autores. Pero son tantos que me obligarían a prescindir de muchos por falta de espacio.
No obstante, quien escribe cometería craso error si no nominara a Luis Suárez Ávila. De quien sólo se me ocurre decir que es todo un personaje renacentista. Por más que no haya inventado nada todavía. LSA, en posesión de una plural cultura, se trabaja sabiamente sus conocimientos del arte en general y del cante flamenco por encima de cualquier otra cosa. Es un disfrute leer sus conferencias y sus pregones. Y mucho más deleite proporcionará el poder escucharlos atentamente. A propósito, creo recordar que mi admirado LSA formó parte de alguna expedición del Racing Club Portuense, siendo yo su entrenador.
Hablando de esa época, Antonio Carbonell, persona excelente y a quien tuve la suerte de tener a mi vera como Delegado de Expedición, cuenta hoy en Gente del Puerto, cómo en mayo de 1980 al Portuense le birlaron el ascenso a Segunda División A. El hecho ocurrió en el Estadio Municipal José Mangriñán. El rival del equipo entrenado por mí era la U. D. Vall de Uxó. Eusebio Álvarez Díaz, árbitro asturiano, fue quien cometió la tropelía.
Ahora bien, a mi amigo Antonio Carbonell, tan cercano a mí en aquella etapa de mi vida, se le ha olvidado decir que, de haber aceptado Francisco Ferrer Palacios, el mejor presidente de la historia de ese club, pagar lo que se le pedía por dejarse ganar el equipo local, la victoria nunca se nos habría escapado ni el ascenso tampoco. Así que el empate conseguido nos privó de lograr el ascenso.
Pero hay más: de haber ascendido el Portuense esa temporada, yo habría firmado el contrato de mi vida con un equipo de los grandes de la Primera División. Pues su presidente, fallecido poco tiempo después, ansiaba ese ascenso del equipo de mi pueblo para exhibirlo como la mejor tarjeta de visita para mi contratación. Tal es así que él no se cortaba lo más mínimo en decir, a quien lo quisiera oír, que mi labor al frente de un equipo modesto merecía el premio de darme a mí la oportunidad de entrenar en la máxima categoría del fútbol español. Y además, por si fuera poco, contaba con el beneplácito de los ex jugadores del club que ejercían de asesores de la presidencia en ese tiempo.
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