Llevo muchos años, y ojalá que sean muchos más, viendo las imágenes de los encierros que nos ofrece RTVE. Celebración que internacionalizó el periodista y escritor, estadounidense, Ernest Hemingway. Cada vez que ha salido la conversación sobre las Fiestas de San Fermín, y se me ha preguntado si las había vivido alguna vez en Pamplona, siempre dije lo mismo: hubo años en los que tuve la oportunidad de hacerlo con amigos cuyo interés en agasajarme era evidente. Pero siempre terminé rehusando la invitación. Y hasta no dudé en decir que mi desinterés radicaba en lo mucho que me desagrada el tumulto.
Yo se lo achaco, entre otras cosas posibles, a que, cuando los años cincuenta estaban tocando a su fin,. un jugador de fútbol, y compañero de equipo en el Béjar Industrial, natural de Ciudad Rodrigo, me convenció de que tenía que vivir las fiestas del Carnaval del Toro de su pueblo. Y allá que acudí presto a satisfacer sus deseos y los de su familia; la cual siempre me había demostrado un afecto especial.
Nunca he olvidado, y así lo he manifestado cuando lo creí oportuno, el mucho interés que yo tenía en ver torear por la tarde a dos de los hermanos Girón. Los hermanos Girón eran cinco, y todos toreros: Freddy, Rafael, Curro, César y Efraín. Ellos dieron fama a una dinastía taurina, venezolana. Perdonen mi redoble de tambor: el interés que me llevó a Ciudad Rodrigo, amén de corresponder a la atención de mi compañero y amigo, fue las ganas que yo tenía de ver torear, nuevamente, a César y Curro Girón.
En aquel tiempo, años cincuenta, las Fiestas de Ciudad Rodrigo, a pesar de las muchas ñoñeces y prohibiciones de la época, daban muestras visibles de ser vividas como un desafío al poder establecido. Tal es así que los antifaces permitían a mucha gente hacerse a la idea de que todo el monte era orégano. Estoy hablando de cuando una mujer decía que no y era que no... Y los hombres digerían las negativas porque sabían sobradamente que el rechazo lo producían todos los hombres, debido al miedo que un embarazo no deseado causaba entre ellas.
En los sanfermines se están viviendo violaciones y abusos sexuales, que son denunciados, como debe ser, por las víctimas, y que vienen a demostrar que las mujeres ponen de los nervios a los hombres que se sienten desdeñados. Antes, cuando las muchachas vírgenes y las mujeres casadas no cedían, era infinitamente menos vejatorio que hoy, cuando las mujeres emancipadas mandan a los hombres a hacer gárgaras. Porque cuando las mujeres no concedían favores a nadie, era fácil que el hombre se consolara dicidiéndose que los más guapos, los más inteligentes y los más seductores tampoco se comían una rosca.
Hoy, en cambio, cuando una chica te rechaza, tú deduces lógicamente que eres repelente. Sobre todo cuando ella se precipita acto seguido en la cama de otro tipo que a ti te parecía, naturalmente, un tipejo en todos los aspectos. Y entonces, son los hombres tímidos, al parecer, los más propensos a reaccionar torcidamente.
Cierto es que tampoco las mujeres, por más que el ambiente sobrecargado les haga perder la compostura, deberían quitarse la ropa en público, dejando su torso expuesto a las miradas turbias de innumerables mozos, ahítos de alcohol, drogas, y demás sustancias y pisando escenario apropiado para dar rienda suelta a la bestia que llevan dentro. Y tampoco creo que sea muy edificante que las haya luciendo, por ejemplo, tal frase en sus camisetas: "Si te gusta comer conejo, hoy me dejo". Procacidad innecesaria a todos luces.
En suma: si las autoridades no ponen el remedio adecuado, las fiestas terminarán desembocando en bacanal: orgía con mucho desorden y tumulto. El tumulto, precisamente, es lo que yo nunca he podido soportar. De ahí que nunca quise darme un garbeo por los sanfermines. Por más que siga siendo un expectador diario de sus encierros y corridas de toros por la televisión. Que me agradan sobremanera.
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