Mientras que Ángel María Villar sigue sin decir ni mu sobre quién será el nuevo seleccionador -por más que a Joaquín Caparrós sólo le falte anunciar que hará el Camino de Santiago si es el elegido-, Vicente del Bosque sigue divulgando que hay periodistas que se alegran de los fracasos de la selección española y, lo que es peor aún, que quienes la critican carecen de valores. Le ha faltado propalar que el valor cívico consiste en decir que lo blanco es negro, o viceversa.
La importancia de ser marqués se le va notando mucho a Del Bosque desde que las derrotas de España y sus errores han ido surgiendo. Y su actual comportamiento nos está demostrando que a él los elogios le hacían sentirse el más humilde de los mortales; en cambio, las críticas adversas han dejado aflorar su peor versión. La que nunca hubiéramos deseado que saliera a relucir. Por razones obvias.
Creo que fue Oscar Wilde quien dijo que es absurdo dividir a la gente en buenos y malos. La gente, sin duda, o es encantadora o tremendamente aburrida. Las declaraciones del ya exseleccionador producen bostezos ininterrumpidos. Tampoco es cosa menor que un hombre que ha evidenciado siempre un conservadurismo a ultranza, vaya dando ahora pruebas palpables de ser reo del radicalismo. De un absolutismo jamás previsto en él.
Tengo la impresión de que a Vicente Del Bosque, tan ensalzado y laureado durante una época en la que lo exhibían en todos los medios como arquetipo de hombre español, y raro era el día en el cual no nos aleccionaba moralmente, le ha sentado como un tiro dejar el cargo y verse relegado a un puesto que, además de seguir ingresando una pasta gansa en su ya modesta (!) cuenta corriente, le va a permitir asesorar a su sucesor.
Por consiguiente, bien haría el ya exseleccionador nacional, colmado de éxitos futbolísticos, forrado de dinero, y premiado con un marquesado, en volver a ser aquel de quien se decía que era el tipo de caballero que España necesitaba en todos los ámbitos de la sociedad. Y hasta los había que lo veían, aun, como el hombre indicado para residir en el Palacio de la Moncloa.
Qué bien le vendría a Vicente del Bosque, en estos momentos, que alguien cercano a él, le hablara así: "Todo comienza con un sentimiento. Si nos despertamos enfadados cogemos la honda y encontramos los acontecimientos y las personas que nos harán enfadar". Y también sería necesario que se le recordara que vivir en la cresta de la ola, impulsado por una fuerza ajena, por muchos méritos que haya contraído, para reclamar la atención, tiene fecha de caducidad. Sea con su consentimiento o a su pesar.
En la cresta de la ola, según el poeta, hay soledad y vértigo. Y hay que soportarlo con estoicidad.
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