Pocos son los días que yo suelo dejarme ver por el centro de la ciudad, durante el verano, salvo si algún imprevisto o asunto de mi interés lo reclama. Y hoy ha sido uno de ellos. Y, como casi siempre, suelo tropezarme con alguien que requiere mi opinión sobre cualquier noticia que haya propiciado los más diversos comentarios. O bien para reprocharme que yo haya optado por tomar el olivo de la comodidad al no decir ni pío de cualquier acción que huela a chamusquina.
Los más diversos comentarios los ha venido generando, desde hace varios días, un asunto relacionado con la publicidad institucional cobrada por el editor de un medio de comunicación y, naturalmente, las circunstancias que concurrieron en su momento para que ese pago no se hubiera producido. Y, claro, ese alguien, al cual me refiero en el párrafo anterior, me dijo, sin pararse a pensar, que aún está esperando que yo me pronuncie al respecto.
Mi reacción tan poco se hizo esperar: "Es que ahora que hay libertad de prensa, cualquiera se mete con el gobierno de la Ciudad". Mi intelorcutor, por ser culto y avispado, entendió pronto y bien el mensaje como para desarrugar su entrecejo y ponerse en condiciones de dialogar entre bromas y veras. Y así estuvimos hablando de Susana Román. Él, que dijo conocer muy bien a la actual consejera de Economía, Hacienda y Administracción Pública, me la fue describiendo de modo y manera desconocida para mí. Sin que a este menda se le ocurriera ni interrumpirlo ni hacer el más mínimo visaje que pudiera dejar mi pensamiento a la intemperie.
Cuando me correspondió mi turno de respuesta, yo hablé de la Susana Román que conocí en los años ochenta, siendo ella una deportista de primer nivel y una joven que aspiraba a terminar sus estudios de Derecho. Aquella Susana de la cual yo escribía y entrevistaba en ocasiones concretas. De su carrera política, que viene siendo prolija y que le está permitiendo ocupar cargos destacados y estar al frente de consejerías importantes, sé nada y menos. Hasta el punto de que, como escritor en periódicos, pocas veces ha sido motivo de mi atención durante años.
Ahora bien, tras leer los correos electrónicos que la Consejera de Economía, Hacienda y Administración Pública envió en su momento a un compañero -y que han sido publicados-, refiriéndose en ellos al asunto de marras; esto es, al pago de cierta publicidad institucional..., no tengo más remedio que recomendarle a la señora Román, con la mejor de mis intenciones, este ejercicio gramatical.
A veces, por ejemplo los lunes, miércoles y viernes, conviene adquirir la costumbre de mirar palabras en un diccionario para, de esta manera, ir aprendiendo el significado de las cosas, para hablar y escribir correctamente, para hacer gimnasia intelectual, para aprender cosas nuevas, para tener despejada la mente, para que se admiren de nuestra cultura, para estar con la cabeza muy alta en los cargos, y para no decir chorradas.
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