Todos los veranos, más o menos por este tiempo, me suele suceder lo mismo: decido comer con la familia en un restaurante donde, tras reservar mesa, unas horas antes, alguien decide recibirme con el aire acondicionado puesto a tantos grados como para presentarse con abrigo y bufanda. Y uno, que es de natural prudente, ocupa su asiento sin decir ni pío; aunque encomendándose a todos los santos por saber que ya está condenado a coger un resfriado que me tendrá cinco o seis días hecho una piltrafa. Hay que ser torpe...
El malestar es tan grande que me obliga a prescindir de mis paseos matinales y, por supuesto, de mis baños en El Chorrillo: la playa de mis sueños. A pesar de que no sea precisamente la más atendida por el servicio de mantenimiento de su mobiliario. Que es lo que suelen decir casi todas las señoras que acuden diariamente a tonificarse con las aguas y, de paso, a ligar color tostado que tanto bien les hace.
Ni que decir tiene que el siguiente paso es enclaustrarme en mi casa, rodeado de potingues que me hagan más llevaderos los problemas ocasionados por la infección respiratoria, causada por el mal uso del aire acondicionado. Me refiero a la renitis, laringitis, bronquitis y los consiguientes estornudos, escalofríos, tos, molestias oculares y dolores de cabeza.
Al cabo de varios días, créanme, ni el aerosolbucofaríngeo, ni la mejor solución nasal mediante aparato pulverizador, ni las agradables pastillas para aliviar las molestias de la garganta, ni la inhalación de vapores, ni nada de nada me evitan que ande por los rincones de la casa con todo el norte del cuerpo quebrantado. ¡Qué horror!
En esos momentos, hecho polvo en todos los sentidos, suelo acordarme de todos los... que, quizá por tener condición de esquimal, esperan la llegada del verano para jodernos a los que estamos convencidos de que es posible encontrar una temperatura con la que todos los clientes nos síntamos cómodos. Pero, por lo que vengo viendo años tras años, sigue perdurando la malaúva a la hora de manejar un aparato que, mal usado, es más peligroso que un miura abochornado.
Esa mala inteción a la cual me refiero, debería ser contrarrestada en los establecimientos con el siguiente anuncio: "Tenemos un aire acondicionado tan frío, pero frío de verdad, que les recomendamos venir con abrigo y bufanda. Ah, a las personas calvas les vendría bien cubrirse la cabeza". Así, a los pocos días de exhibir ese anuncio, y ante la caída en picado de las ventas, los empresarios tardarían nada y menos en cortar de raíz semejante atropello.
Aire acondicionado sí, claro que sí; pero en la medida que no haga más daño del que trata de evitar. O sea, dejen de jodernos quienes manejan tales aparatos. Aunque ya va siendo hora de que también pongan el grito en el cielo quienes sufren la dictadura del frío en sus trabajos correspondientes.
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