La anécdota es del siglo XIX y la suelen referir en algún que otro Curso de Redacción y en manuales de cómo se escribe, basándose en que no hay persona célebre para su ayuda de cámara, ni para su propia mujer. La mujer del famoso hombre político francés no conseguía comprender perfectamente cómo el oscuro candidato electoral que había desposado treinta años atrás, había llegado a ser ministro de la Tercera República. En la intimidad del hogar le parecía vulgar, vacío, insignificante.
Ocupada como estaba en sus labores, a la mujer se le ocurrió un día la insólita idea de asistir a una discusión parlamentaria. Entró en el Parlamento cuando su egregio marido estaba pontificando desde el banquillo azul. Se sentó, miró y escuchó. ¡Y comprendió! Comprendió cuál había sido, al menos para su consorte, el secreto del éxito. El hombre sabía hablar. Sabía decir las cosas más banales de manera interesante. Y las cosas aburridas, de manera agradable. Era un seductor de profesión. Tenía lo que se llama "estilo oratorio" y "el estilo lo es todo", como afirma el gran estlista francés Flaubert.
Pues bien, la primera vez que Ángel María Villar fue elegido presidente de la RFEF, y ya ha llovido, tuve la certeza de que lo avalaba su condición de exjugador de primera línea y el hecho de ser abogado. Y hasta pensé que también habría influido su facilidad de palabra. Como aquel político francés. He aquí, dije para mis adentros, un exjugador de fútbol con carrera y con "estilo oratorio" suficiente para ponerse delante de un micrófono y encandilar a las masas.
A partir de esa creencia, estuve dedicado a prestarle la máxima atención a todo cuanto hablaba el presidente de la RFEF para convencerme de que su éxito radicaba en que era invencible situado frente a un micrófono. Que su fuerza radicaba, por encima de cualquier otra cosa, en sus dotes como charlista. Y así, créanme, llevo ya desde 1988, cuando Ángel María Villar sustituyó a José Luis Roca. ¡Que si quiere arroz, Catalina!
Y hoy, al enterarme de que AMV llegará mañana a Ceuta por varios motivos burocráticos, he decidido contar lo siguiente, que no es sino la conclusión a la que he llegado después de tantísimos años estudiando la manera que tiene nuestro personaje de mostrarse en público. La cual no es otra que la de ser diametralmente opuesta a la que la mujer del político francés descubrió en su marido.
Ángel María Villar nunca pasará a la historia por su facundia; esa facilidad para hablar que han tenido -y tienen- casi todos los grandes cargos políticos o deportivos, sino por todo lo contrario: por ser lacónico. Así pues, ser parco en palabras es ser lacónico. El ejemplo más famoso de esa habla lacónica ocurrió en el año 338 A.C. cuando el rey macedónico Filipo II envió un mensaje a los espartanos, con el propósito de asustarlos, que decía así: "Si invado Laconia, dejaré Esparta a ras de suelo". La respuesta espartana contenía una palabra: "Si"...
Mañana, si el tiempo no lo impide, y si algún periodista le pregunta al presidente de la RFEF si tiene ya decidido quién será el nuevo seleccionador, no les quepa la menor duda de que Villar saldrá del lance dando pruebas evidentes de cómo sin decir ni pío se pueden ganar elecciones tras elecciones durante tres décadas. Entretanto, Joaquín Caparrós, que anda el hombre comiéndose las uñas, seguirá tomando valeriana por un tubo.
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