Fechas atrás, la Sexta Televisión volvió a emitir un reportaje sobre las andanzas de Jesús Gil y Gil como alcalde de Marbella por haberse cumplido 26 años de un hecho que comenzó siendo la comidilla de España y acabó como el rosario de la aurora; mayormente, porque al dueño de Imperioso le hicieron creer, a pie juntillas, que su personalidad era superior. Es decir, el no va más de las personalidades.
Los individuos que estaban dispuestos a dejarse engañar para medrar a su lado se dedicaron a repetirle, una y mil veces, a Gil y Gil que su poder de atracción era descomunal. Pero que la razón principal de ese poder consistía en lo siguiente: que los hombres estaban seguros de conseguir sus fines guiados por él. Es una vieja historia, que se repite perennemente: la naturaleza humana es así. Nadie sirve a otro porque sí; pero si cree que sirviéndole se sirve a sí mismo, entonces lo hace a gusto.
Tras tan acertada introducción, quienes acudían a Marbella para rogarle encarecidamente que su presencia en Ceuta era tan necesaria como el aire que respiraban sus moradores, le insuflaron al alcalde de Marbella los ánimos suficientes para que éste asumiera que conocía perfectamente a los hombres y, por tanto, sabía sacar de sus debilidades el partido conveniente.
Adulado hasta extremos insospechados, durante días y días, por parte de los heraldos ceutíes, pertenecientes a una clase media alta, hubo un distinguido mensajero que llegó a compararlo con Napoleón. Y lo peor del caso es que el todopoderoso alcalde de Marbella se dejó engatusar tan plácidamente como para desembarcar en Ceuta con honores de gran bonapartista.
A veces, cuando me he puesto a comparar el recibimiento de Gil y Gil con el de Juan Carlos I de España, en esta ciudad, siempre he dudado de qué presencia despertó más entusiasmo e hizo salir más ciudadanos a las calles. En el caso de don Jesús, alcalde de Marbella, hasta hubo intención de alzarlo a hombros y pasearlo por las calles de esta bendita tierra.
Resumiendo, que venir a Ceuta con tantas ínfulas, aunque se debiera a las insistentes peticiones recibidas por componentes de la mejor sociedad ceutí, cuando la década de los noventa estaba dando las boqueadas, fue el principio del fin de Jesús Gil y Gil como político. A Gil y Gil, debo decirlo cuanto antes, lo conocí yo en los 'felices sesenta' y así se lo recordé viendo muy cerca de él un partido de su atlético y del Barça, en el cual se lesionó Ronald Koeman. Por cierto, gravemente.
Ahora, transcurridos 17 años de la llegada del GIL a esta tierra, entre vítores y deseos evidentes de llevar a don Jesús en volandas por toda la ciudad, pocos son los que reconocen que se patearon las calles gritando consignas favorables a los gilistas. Amén de mirarnos de manera esquinada a quienes no defendíamos siglas tan desatinadas. Tampoco, que yo sepa, han dado las gracias, públicamente, por estar disfrutando de empleos y canonjías que jamás hubiesen obtenido sin esa entrega a una causa que estaba herrada con el signo de la corrupción.
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