Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

miércoles, 1 de junio de 2016

F. Miaja: Los años setenta

Era feliz trabajando en Pesquera Mediterránea -dice Fructuoso Miaja-. La vida me parecía hermosa. Disfrutaba diariamente de mis obligaciones y reconozco que me había apuntado al lema de salud, dinero y amor. Las tres cosas me sucedían y a mí me venían de maravillas para olvidar tantos años de amarguras. Apenas si atendía las llamadas de quienes me ofrecían volver a participar en motivaciones políticas. Tenía, por qué no decirlo, el miedo metido en el cuerpo. Me estremecía que pudieran detenerme, nuevamente, y que mi familia quedara desamparada.

Lejos estaba de sospechar que con la llegada de los años setenta, una década que se nos hizo larguísima a todos los españoles, se iba a obrar el milagro que yo esperaba con tantas ganas: la implantación de un régimen democrático. He leído muchas veces que los setenta fueron unos años singulares en todos los aspectos. Para mí, sin duda, además de singulares fueron unos años de bien. Una época en la que el pueblo español luchó denodadamente para que se terminara la dictadura. Dura tarea donde hubo que acabar con el franquismo, primero, y luego darle vida a una democracia recién nacida.

Me ocurrió, además, que Pesquera Mediterránea cerró sus puertas y yo tuve que buscarme otro medio de vida. Cuando me di cuenta habían pasado casi veinte años de mi salida de la cárcel. Veinte años magníficos. Los mejores de mi vida. Pero otra vez me veía abocado a empezar en un nuevo empleo. Abrí el Noray. Un bar situado en las Puertas del Campo. Y fue todo un acierto. Mi hijo Segundo, cumplido ya los 18 años, estuvo conmigo en la barra. Me hice con una gran clientela, y el Noray se convirtió en un centro de tertulia de personas con ideas muy diferentes pero muy respetuosas.

En el Noray percibí que entre los sesenta y los setenta se había producido un cambio grande. La gente ya no se preguntaba qué quería ser en la vida sino que aspiraba a vivir lo más cómodamente posible y con el menor esfuerzo. Se barruntaba ya una crisis económica galopante. Lo cierto es que en los años setenta ocurrieron muchas cosas importantes y tan seguidas que apenas nos dieron un respiro. La muerte de Carrero Blanco y la de Franco. El Gobierno de Arias Navarro. La proclamación del Rey. Y la designación de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno. Se redactó la Constitución y yo llevaba ya tiempo figurando en las filas del Partido Obrero Socialista Español.

Meses antes de celebrarse las elecciones generales de 1977, mantuvimos la primera reunión de los militantes del PSOE en Ceuta. Nos reunimos en un retaurante, y aunque la directiva era provisional, se leyeron los discursos que correspondieron a Paco Vallecillo, como secretario de organización, y a mí, como presidente del partido. Me dirigí a los concurrentes a la cena con el clásico Salud y Libertad. Y me acordé de los compañeros que habían sido perseguidos y muertos. Estaba visto que aún había residuo de un pasado que se negaba a que España pudiera vivir en paz y democracia. Hablé sobre el miedo. Ese miedo que a mí me había atenazado muchas veces. Y que había que desterrar luchando por una España mejor.

Sentíamos los socialistas la necesidad de salir ya de la clandestinidad. Una experiencia amarga y penosa. Y animé a los compañeros para que celebraran con alegría tan buena nueva.  No era para menos, después de haber estado 40 años reprimidos. Aquel Congreso, pleno de serenidad y carente de revanchismos, fue todo un acontecimiento de trascendencia histórica. Hubo grandes titulares en los periódicos y hasta la prensa extranjera nos dedicó su atención.

Nos prometímos, eso sí, no prestarles atención a los provocadores y hacer de la serenidad el mejor ejercicio con que corresponder a los apasionados reaccionarios. Todavía suelo acordarme de la emoción que nos embargó a todos los asistentes al acto. Un acto que cerró Paco Vallecillo, como secretario de organización, dando cuenta de las muchas dificultades que los socialistas encontraríamos en nuestro camino. No será un camino de rosas, dijo. Y a fe que Paco estaba dando en el clavo.

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