Recibo la llamada teléfonica de un amigo a quien echo de menos porque me lo pasaba en grande oyéndole hablar durante ese tiempo del aperitivo compartido con otros contertulios, aderezado con su carácter jovial que nos deleitaba a los asistentes. Y si encima la bondad era una dote de su personalidad, pues miel sobre hojuelas. Y, tras entablar conversación un rato, se pronuncia así:
-A veces, cuando la nostalgia me puede -mi amigo es un ceutí que lleva mucho tiempo residiendo en la Península-, 'Apuntes de El Rincón de Ceuta' es un instrumento que me ayuda a recordar cosas que ya tenía olvidadas. Leyendo esa especie de diario que a ti te dio por escribir hace ya un mundo, me encuentro con comentarios y anécdotas que me llevan en volandas a sucesos particulares, familiares o amistosos, que de otra manera habría olvidado.
Así que aprovecho la ocasión para saber si le sigue cayendo tan bien a las mujeres. Pues me consta que fue siempre muy afortunado con ellas. Y, claro, dado que mi amigo aún conserva una agilidad mental más que notable, inmediatamente relaciona mi deseo de saber al respecto con una aventura amorosa que él se atribuía en aquella época en la cual los socialistas arrasaban en las urnas. Y que yo nunca creí, por muchas credenciales de don Juan que él había ido acumulando.
-Creo, Manolo, que te refieres al lamentable y grotesco error en que incurrí en su día.
-Sí, ese que hallándote en el lecho, estrechando entre tus brazos a una mujer que habías deseado tiempo y tiempo, exclamaste en un momento de exaltación erótica:
-¡Al fin! ¡Cuánto tiempo deseando acostarme contigo! Y la deseada mujer te respondió, entre decepcionada y sorprendida:
-Pero ¿qué dices? Si nos hemos acostado otra vez. ¿Es que no te acuerdas?
La risa estentórea de mi amigo parece inacabable, mientras yo insisto en querer saber si la anécdota le pertenecía o la había tomado prestada. Sin embargo, tras domeñar su potente risa, capaz de destrozar mis tímpanos, se pronunció de tal guisa:
-Mira, Manolo, no habría cometido yo tamaña y grotesca pifia de haber tenido la costumbre de hojear anuarios, de avivar los recuerdos, de refrescar la memoria, como vengo haciendo con lo escrito por ti, con el fin de relacionarlo todo ello con los pequeños sucesos personales de los años ochenta.
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