Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

martes, 31 de mayo de 2016

Mandar es muy difícil

En los años sesenta, que fueron brillantes y revolucionarios, aunque fuera echando mano del posibilismo, dado que yo vivía cerca de la casa de un marqués, raro era el día, durante mis vacaciones veraniegas, en el cual no pegara la hebra con el mayordomo. Quien había servido en casas muy principales como hombre de confianza. José María, que así se llamaba, frisaba en los cuarenta. Era agradable, educado, y su bagaje cultural estaba orlado por hablar varias lenguas.

El mayordomo aprovechaba mi estancia en la ciudad para charlar conmigo sobre cuestiones relacionadas con el fútbol, su pasión. Y a mí me valía para oírle contar historias interesantes que tenían un agradable aire dieciochesco. Y en las que él había servido de intermediario. Verbigracia: joven marqués arruinado a las cartas o con absurdas extravagancias, o el viejo duque que prefería perder dinero en sus propiedades antes de gastarse un céntimo en ellas, y qué decir de los asuntos amorosos.

Como servidor principal de la casa del marqués, encargado de la organización del servicio y de la administración de los gastos, José María solía reunirse todos los días, salvo causa mayor, con la marquesa para planificar lo que hubiere lugar. No en vano las recepciones de la marquesa poseían un boato digno de los siglos pasados. Y yo, en vista de que la señora me hacía soñar, llegué a preguntarle por su modo de ser.

Y el mayordomo se expresó así: la señora marquesa tiene buenos modales, no por formalidad sino porque es muy humana. Y su respeto por la dignidad del prójimo es algo que la distingue y le permite ganarse el afecto de cuantos estamos a su vera. En sus órdenes no hay arrogancia, sólo claridad y amabilidad. Y si a eso le unimos que sus órdenes son razonables, miel sobre hojuelas. Así que en la casa todos nos sentimos orgullosos de nuestras responsabilidades y tratamos de cumplirlas de la mejor manera posible. En suma, nuestro afecto por ella es tan sincero como evidente.

Durante la celebración de la Undécima por parte de los madridistas en el Bernabéu, fue cuando recordé la historia ya reseñada de la marquesa, tras comprobar cómo los jugadores colmaban de ditirambos y festejaban a su entrenador: Zidane. Éste, sin embargo, habituado a celebrar gestas grandiosas, como jugador de tronío, parecía estar entre nubes de algodón. Quizá por su carácter apacible y ese atisbo de timidez que ha prevalecido siempre en su manera de expresarse y de conducirse públicamente.

Ahora bien, a muchos madridistas de verdad, pero que suelen pensar, les preocupa si el trabajo hecho por Zidane, durante cinco meses, tratando de contentar a toda la plantilla mediante el lema de todo el mundo es bueno y jueguen ustedes como saben -forma de actuar que me recuerda a la de Luis Molowny-, será el adecuado para afrontar su compleja tarea durante años. Puesto que conviene no echar en saco roto que el desgaste diario de un entrenador es tan grande como capaz de ir horadando la fama del técnico y hasta la admiración que puedan sentir sus jugadores por lo que haya significado éste como futbolista.

La señora marquesa, tan humana como razonable en sus peticiones, sabía perfectamente que la servidumbre nunca intentaría ni ponerse a su altura ni mucho menos revolverse contra ella; así, hasta podía hacerles creer que las diferencias de clases no existían para ella. Pero Zidane es entrenador y ha de ejercer su cargo con la autoridad que exige el grupo dirigido por él. De no ser así, los jugadores, siempre pensando en  sí mismos, no dudarán en aprovechar su momento oportuno para olvidarse de las alabanzas entusiastas y exageradas que le han dedicado recientemente. Y será entonces cuando podremos apreciar si el liderazgo del entrenador está por encima de los egoísmos consabidos.







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