Fernando llegó a la prisión de El Puerto de Santa María después de mi reclusión en ella. Fue detenido en Ceuta y condenado a ocho años de prisión sin haber hecho nada. Había sido objeto de manipulación por parte de lo que llamaban la segunda bis; es decir, militares vestidos de paisanos y pertenecientes al Estado Mayor del Ejército. Esta gente, si se lo proponía, podía declarar contra cualquier persona y hacer que la víctima diera con sus huesos en la cárcel.
Mi hermano disfrutó de un destino en el cual se redimía mucha pena. Prestó servicios en el manicomio, donde se requería a gente con nobles sentimientos, valor y fuerza para aceptar un puesto nada fácil. En el penal había muchas personas que andaban con los nervios desquiciados. Muchas de ellas estaban destrozadas por los muchos padecimientos y se alteraban ante el menor inconveniente. Fernando supo adaptarse a su cometido y contribuyó, con su esfuerzo y su generosidad, a paliar el dolor que allí reinaba. Por su buen comportamiento, salió del penal antes de lo previsto.
Mentiría si dijera que en la cárcel estábamos huérfanos de noticias. Teniámos posibilidades de saber cosas del exterior. Y por tanto, quienes habíamos participado en la política activa, hacíamos todo lo posible por saber lo que estaba ocurriendo contra el régimen franquista. En 1945, pocos meses después de ingresar yo en el penal de El Puerto de Santa María, España pasaba por uno de los trances más difíciles de la posguerra.
Fue un año terrible en todos los sentidos. Hubo una sequía que puso al país al borde del colapso. Se perdieron las cosechas y el racionamiento, que de por sí era poco y malo, se convirtió en una escasez que mataba a la gente de hambre. En cambio, como injusta contradicción, se producían enriquecimientos ilícitos, corrupciones de todo tipo y tratamientos de favor en el racionamiento extra que se daba a las autoridades y a las fuerzas de orden público.
Estas circunstancias, desastrosas para quienes vivían de tan mala manera en España, alentaban las esperanzas de cuantos confiaban en la inminente caída del Régimen. España fue excluida de la ONU y se pronunciaron solemnes condenas contra ella. Es más, los exiliados pensaban que en cuanto atravesaran la frontera, de hecho Francia permitió el paso a muchos antifranquistas, se les uniría la gente contraria a la dictadura. Pero la reacción de la población anduvo entre el rechazo y la indiferencia. Lo único que aumentó fue el número de guerrilleros en la Sierra.
Franco, conviene reconocerlo, era un hombre de mucha suerte. Fuera chance o baraca, la verdad es que el tío estaba protegido por los dioses. De hecho, cuando todo hacía presagiar que su derrumbe era inminente, la guerra tomó un giro inesperado y él, aunque estaba volcado con la causa alemana, pudo ir dándole la espalda a favor de los aliados. Es más, el bloqueo de que había sido objeto España le vino bien para demostrar que era capaz de aguantar lo inaguantable.
Mientras, a medida que los americanos veían que con Franco se podía contar para combatir el comunismo, España seguía siendo un estado policial con las comisarías llenas de fichas y las cárceles atestadas de presos. En cuanto empezó la guerra fría, Franco se benefició otra vez de su buena estrella.
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