Creo que fue un director de cine -dice Fructuoso Miaja- quien bautizó estos años como los felices sesenta. Una exageración, en toda regla, que no se casaba con la vida que realmente existía. Cierto que atrás habían quedado los años de restricciones, racionamientos y consumo de malta, sacarina y picadura. Pero el milagro de la televisión, de las vacaciones pagadas y del seiscientos, no podían hacernos olvidar la falta de libertades, la mano dura, el ordeno y mando y el Tribunal de Orden Público.
Ahora bien, mi situación, después de lo mal que lo había pasado, era para sentirme sastifecho. A mi caso sí podía aplicársele el adjetivo de felicidad. Y es que a mí todo me parecía estupendo. Porque mi juventud había transcurrido en medio de un clima de terror que necesitaba aliviarse con la vida que estaba llevando. Era feliz viendo crecer a mis hijos y observando la dicha de Sara y de mi madre. Y me costaba trabajo meter las narices en la política clandestina. Y, claro, tomaba muchas precauciones. Sin embargo, ya notaba que en mi interior bullía la pasión socialista.
En esos años, los llamados felices sesenta, se afianzó mi amistad con Paco Vallecillo. De Paco conservo recuerdos entrañables. Nos hicimos amigos sabiendo lo que éramos y lo que queríamos. Paco, que era un hombre muy inteligente, hecho a sí mismo, trabajaba en el Banco Hispano Americano cuando fue solicitado por Carranza para emplearlo en la Almadraba. Nuestra amistad anduvo siempre regida por el respeto mutuo. Así que duró lo que tenía que durar.
Muchas son las anécdotas que podría contar de él. Ahora se me viene a la memoria la mucha estima que le tenían a PV los hermanos Sánchez; jefes de Falange. Éstos hablaban todos los días con él, convencidos de que Vallecillo andaba en el buen camino. Por lo que le decían a la hora señalada: "Nos vamos para interceptar la pirenaica". Sin percatarse de que Paco Vallecillo andaba ya metido en tejemanejes opositores. Paco era un hombre especial, que había pertenecido a las Juventudes Socialistas y que también había pasado por la cárcel.
También aproveché los años sesenta para introducirme en el mundo del fútbol. Gracias a mi buen amigo Cayetano Fortes, dependiente de ferretería, conocí a don José Benoliel. Éste y Parres fueron magníficos presidentes del Atlético de Ceuta. Y fui directivo. Gracias a mi vinculación con el fútbol hice muchas y nuevas amistades. Incluso llegué a escribir opiniones futbolísticas en El Faro. Ejercicio que me satisfacía muchísimo. Reconozco que ver mi firma en las páginas del periódico me agradaba sobremanera. Aunque poco duró la alegría en casa del pobre: pronto se me dijo que si quería escribir tenía que hacerlo con seudónimo. Y me negué en redondo a aceptar. Y es que la dirección del periódico había recibido presiones de los vencedores y no podía echarlas en saco roto.
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