No es la primera vez que digo lo mucho que me hubiera gustado preguntarle a Ricardo Muñoz -alcalde- qué vio en Ángel Gómez para ayudarle a ganarse el puesto de Jefe de la Policía Municipal, hace ya más de tres décadas. Pero no lo hice. Y me quedé sin satisfacer mi curiosidad. Lo que sí sé es que el puesto era muy codiciado por algunos inspectores del Cuerpo Superior de Policía. Francisco Otero lo deseo más que ningún otro. Y lo extraño fue que no lo consiguiera siendo tan amigo del alcalde. Y, sobre todo, de Antonio Rodríguez Serrano; compadre muy querido por la primera autoridad ceutí.
A veces, cuando viene al caso recordar aquella decisión -y ahora lo es por haberse publicado una sentencia del Juzgado de lo Contencioso número 2, declarando nula la concesión de la medalla al Mérito de la Policía Local al Superintendente, Ángel Gómez, por obra y gracia de una denuncia de la Federación de Servicios Públicos de UGT-, me mantengo en mis trece: a Ricardo Muñoz no le gustaba perder a nada, y mucho menos al póquer. Y en ese menester creo a pie juntillas que mi paisano le zurraba la badana. Francisco Otero no se daba cuenta de que lo mejor hubiera sido ir de perdedor en los burles de por la tarde en el Centro de Hijos de Ceuta.
Fuere como fuere la designación a dedo de Ángel Gómez, en 1982 o principios de 1983, que para el caso es lo mismo, lo cierto es que nadie puede negarle a Ricardo Muñoz el acierto de elegir como jefe a alguien que se mantuvo más de tres décadas imponiendo su ley en la Policía Local. Auténtico muro ante el cual se fueron estrellando todos lo que, con o sin razón, quisieron saltárselo a la torera.
Ángel Gómez ha sido siempre nuestro pequeño J. Edgar Hoover -éste fue director del FBI- y por tanto sabe vida y milagros de todos los políticos y de muchas otras personas. Por tal motivo, y desde luego porque supo hacer bien su trabajo, salió ileso de cuantas celadas le tendieron quienes no lo soportaban por ser conscientes de que el Jefe de la Policía Local estaba al tanto de sus deslices.
Francisco Fráiz, por ejemplo, no se cortó lo más mínimo, en su momento de esplendor como político aspirante a la alcaldía y a un escaño en el Congreso de los Diputados con el Partido Socialista, en decir públicamente que lo primero que haría, nada más acceder al cargo, es poner de patitas en la calle al protegido de su antecesor. Y lo intentó, créanme, con todas sus fuerzas y con todos su medios, que no eran pocos. Pero, tras un proceso lento y penoso, Angel Gómez consiguió volver a su su sitio con mucha más fuerza y, de paso, dejó tocado de un ala al siempre atrabiliario monterilla.
El triunfo electoral del GIL tampoco le sentó muy bien a Ángel Gómez. De esa época sigo conservando yo el recuerdo de un Gómez perdidoso y murmurador por lo bajo de frases atribuladas. Era cuando el vallisoletano no dejaba de lamentarse de cómo lo habían apartado de sus obligaciones, clamando además contra los guardias traidores a quienes él había estado protegiendo desde antes de vestir el uniforme. Guardias que no dudaron en ponerse, antes que ninguno de sus compañeros, a favor de los mandos designados por el equipo de Gobierno presidido por Sampietro.
Fue entonces, en esa época poco grata para el Jefe de la Policía Local, cuando yo, que era malquisto por él, lo frecuenté más y hasta me puse de su parte en algunos desencuentros suyos. En ocasiones, todo hay que decirlo, paladeando las bondades de los vinos del Duero. Aunque el desconsuelo de Ángel Gómez parecía no tener fin. Mas como éste sabe más que los 'ratones coloraos', y se ha movido siempre la mar de bien entre aguas procelosas, recuperó nuevamente su puesto y hasta consiguió el título de superintendente. Dejando, claro que sí, más enemigos en el camino.
Jubilado ya hace un tiempo, y tras recibir la medalla al Mérito de la Policía Local, Ángel Gómez no esperaba recibir tamaña afrenta, en forma de denuncia contra su distinción, y me lo imagino cavilando a todas horas sobre el fatal desenlace judicial. El ex superintendente es ahora un personaje al cual se le podría aplicar, salvando las distancias, el término de jarrón chino. De él dijo Felipe González en su día que en apartamentos pequeños se supone que tiene valor y nadie se atreve a tirarlo a la basura. Pero en realidad estorba en todas partes. Así que nos toca otra vez, querido Ángel, sentarnos frente a una botella de vino del Duero y reírnos un rato de cuantos no cesan de perseguirte... Aunque ya no seas más que un jubilado.
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