Me dicen que hace poco murió CD. A quien yo conocí cuando los años setenta estaban tocando a su fin. La primera vez que la vi estaba sentada en la terraza de un hostal situado en la Avenida de Valdelagrana -en El Puerto de Santa María-. Ella era una muchacha blanca, de ojos azules, rubicunda, y con un cuerpo que aparentaba fragilidad. Despertó mi interés y me fue presentada por la propietaria del establecimiento.
Así que pronto me enteré de que era una asidua de los partidos de fútbol en el José del Cuvillo. Hablaba con voz suave y cálida, que no casaban con la frialdad inglesa de sus ojos azules. Vestía con una sencillez primorosa, y tenía un encanto alegre, pero dejaba entrever un rescoldo de tristeza. CD pertenecía a una familia rica que detestaba su relación con los futbolistas. Y se lo hacían saber. Pero ella, veinteañera, hacía caso omiso de las advertencias de los suyos.
Al poco tiempo, coincidimos una tarde de levante fuerte en la sala de estar del Hotel PB, y estuvimos más de dos horas pegando la hebra. Fue entonces cuando me contó que, tras enamorarse perdidamente de un futbolista, cuyo nombre voy a omitir, sus padres la obligaron a enclaustrarse en una finca de su propiedad para evitar que se vieran.
Le pregunté a CD si aquel destierro le había beneficiado en algo. Y me dijo que lo había aprovechado para leer más que nunca y para que su piel adquiriera el lustre de los que gozan de buena salud. Y dijo más: "Mira, Manolo, mi tristeza iba desapareciendo a medida que declinaba mi interés por el futbolista. En cambio, sigue anidando en mí un rencor contra mis padres que acabará haciéndome daño".
Pasaron años sin vernos. Hasta que un día me invitaron a una fiesta que se celebraba en el Patio Principal de la Bodega Mora (Osborne). Y allí estaba ella: hermosa y exhalando ese aire de conocimientos adquiridos en todos los sentidos.
-Espero que no te vayas sin que hablemos -me dijo.
-Ahora mismo estoy en disposición de sentarme contigo -le respondí.
CD me contó cómo eran sus días desde que asumió que una mujer no puede llenar su vida con un solo hombre. Y que lo que más le entusiasmaba era no trabajar, ser mantenida y tener todo el tiempo del mundo para sus cosas... Y que lo que dominaba su existencia era el principio del placer.
-¿Sigues confesándote?
-No. El pecado es un concepto que no entiendo.
Aún recuerdo lo último que le dije a mi querida CD: Espero que no te arrepientas de haberme hablado con tanta franqueza. Pues hay gente que sufre de resacas después de hacer confidencias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comenta mis escritos ,pero desde el respeto.
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.