Fechas atrás leí en Ceuta Actualidad cómo Juan Vivas asumía dos veces sus culpas por decisiones tomadas por él: la primera, al presentar las 129 medidas para los cuatro meses que se avecinan, al decir que admite que los ciudadanos puedan dudar de lo anunciado. Dando a entender, pues, que no es la primera vez que incumple lo prometido.
La segunda autocrítica fue para considerarse culpable de la retirada de los trabajadores de colaboración social. Fue rotundo: "La culpa es mía". El hecho, digno de ser destacado en el preciso momento en que ocurrió, se me pasó a mí por alto. Vamos, que se me fue el santo al cielo. Mas nunca es tarde...
Los críticos han echado siempre de menos la autocrítica del Gobierno y sobre todo de su presidente, durante muchísimos años. Y a veces, la verdad sea dicha, no hemos caído en la cuenta de que las insuficiencias, o los fracasos, son el producto normal de la gobernabilidad, y no procede su ostentación.
La modestia o la sinceridad de la autocrítica (definida por la RAE como el juicio crítico que se realiza sobre obras o comportamientos propios) no es aconsejable servirla en bandeja a los adversarios. Vamos a ver cuando nos enteramos de que la gran ensoñación, y el gran objetivo de los políticos es el poder y desde el poder no se hace otra cosa que decir las venturas y nunca las desventuras.
Ahora bien, tampoco es menos cierto que saber detenerse a tiempo y recapacitar sobre cómo somos y cómo actuamos es un signo de madurez mental. Ya que todos necesitamos criticarnos de vez en cuando; si bien cómo hacerlo constituye un factor importante que contribuye a que nos sintamos mejor con nosotros mismos. Y creo que Juan Vivas ha elegido el momento oportuno. Por más que yo haya oído por ahí que a la fuerza ahorcan.
Es verdad, negarlo sería absurdo, que no corren vientos alisios para los políticos, y que todos, sin excepción, unos por hache y otros por be, están `puestos en evidencia. O sea, que están en la picota. Pero más allá de lo malquista que se halle la clase política, la autocrítica del político encierra mucho peligro. Ya que hacerlo adecuadamente ayudará a quien lo haga a crecer y mejorar como persona. En cambio, si yerra... Y, naturalmente, alguien que suele equivocarse mucho, aun reconociéndolo, acaba por tener corto recorrido.
De cualquier manera, siempre es de agradecer que un presidente que lleva más de tres lustros en el cargo, con muchas mayorías absolutas en su haber, como es el caso de Juan Vivas, se atreva a cantar la palinodia. Vamos, que llegó a la conclusión de que tenía que retractarse públicamente de dos errores (!) cometidos en todo ese tiempo. Ah, bien haría el presidente, a partir de ahora, en no hablar más de sus errores. Porque, a quien mucho yerra, la gente suele pedirle que se vaya. Pues no está el horno para bollos.
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