Lo primero que hicimos -dice Fructuoso Miaja- es alojarnos en el Hotel Comercio. Allí estaban algunos cenetistas y republicanos fugados de Ceuta. Éstos pasaban los días en el Café Morronco, regentado por un dirigente de la CNT en la Línea de la Concepción. Después de pagarle al patrón las siete mil pesetas convenidas, fui al consulado para arreglar algunos detalles. Llamarse Miaja servía para que se me mirara con buenos ojos en ciertos sitios y se me persiguiera con saña en otros. En el consulado me atendió un tal Paniagua. Y propuso que los compañeros podrían exiliarse a Casablanca. Lo que aceptaron todos de muy buen grado.
Yo me había hecho la idea de irme al frente a luchar junto al general Miaja. Y decidí esperar el momento en que me fuera posible hacer la travesía hasta Grecia y poder regresar a España, por Barcelona, para cumplir con mi objetivo: incorporarme a la zona republicana Un mes más tarde se me presentó la oportunidad de embarcarme en el buque correo que hacía la línea Tánger-Marsella.
Era Marsella una ciudad cosmopolita y tenía un puerto frecuentado por barcos que transportaban carbón. Descubrí una Marsella ruidosa y vi más palomas juntas que nunca he vuelto a ver en ningún otro lugar. Mi desorientación era evidente, pero tuve la suerte de encontrarme con un exiliado que me sirvió de mucha ayuda en los días que estuve en Francia.
Estoy hablando de una persona culta, enterada de la situación y con la que pude charlar mucho sobre la tragedia de España. "Desengáñese Fructuoso, me decía, la guerra se podía haber evitado en los primeros días, pero no fue posible porque Mola estaba empeñado en sembrar el terror y creía que el otro bando carecía de respuesta. Y se equivocó de pe a pa. Por elllo, cuando Martínez Barrios le tendió la mano ni Mola ni Largo Caballero aceptaron reconducir la situación".
Aquel español, cuya ayuda me fue decisiva en momentos tan difíciles, sentía ya la nostalgia de su tierra andaluza. Y le pesaba demasiado pronto su convencimiento de que los sublevados acabarían ganando la guerra. Yo me resistía a creerlo, aunque sus palabras me hacían meditar acerca de un asunto que fue tomando cuerpo estando yo en el frente de la Cuesta de la Reina. En este frente, recordaba a veces de qué manera llegó a definirme mi amigo la tragedia de la Segunda República.
Amigo Fructuoso, la Segunda República nació generando ilusiones desmedidas y han tenido con ella muy poca paciencia. Creo que nuestra España no estaba preparada para un cambio tan radical como el que la República preconizaba. Se la han comido, sin duda, las prisas de los suyos y las fuerzas reaccionarias. Salí de Marsella en cuanto pude. Y llegué a una Barcelona que vivía en permanente agitación. Todo era diferente en la capital de Cataluña. En ella uno tenía la impresión de que se había producido una revolución proletaria. Sus habitantes se llamaban compañeros y el vestir había cambiado. Nadie se atrevía a ponerse un sombrero o hablarle de usted a nadie.
Pronto me puse en contacto con las juventudes libertarias, dispuesto a presentarme ante Severino Campo, secretario general de ellas. Éste, nada más recibirme, se interesó sumamente por conocer cuanto había acontecido el 18 de Julio en Ceuta. De manera que me tuvo todo el tiempo haciéndome preguntas al respecto. Su semblante cambiaba a medida que le iba contando la enorme represión que los militares habían implantado en la ciudad. Y no daba crédito a lo que yo le estaba diciendo. En realidad, la gente desconoce aún, en toda su amplitud, la cantidad de apresamientos que se hicieron y las muertes de civiles y militares habidas en Ceuta
En Barcelona se veía claramente de qué manera había fracasado la rebelión. Y, según pude comprobar, había hombres sin recursos para someter a los adversarios en otras partes. De ahí que salieran columnas de anarquistas hacia el frente de Aragón. Marchaban los camiones cargados de milicianos, donde no faltaban ni las mujeres. Un buen día me vi subido en uno de esos camiones, presto para ayudar en un sitio conocido por santa Guetaria; al parecer se trataba de un lugar donde había una ermita que respondía a ese nombre.
A punto de ponerse en marcha el convoy se me acercaron unos paisanos a saludarme. Pertenecían al partido comunista, y yo les había ayudado a salir de Ceuta. Me dijeron que en el partido les habían dicho que evitaran viajar a santa Guetaria. Nada más oírlos, me eché abajo del camión y me presenté nuevamente ante Severino Campo. Quien me preguntó acerca de mis intenciones. Le hice saber que deseaba incorporarme al grupo que estaba peleando en El Torcal, por encima de Antequera. En vista de que aún no se sabía a ciencia cierta la caída de Málaga.
A las doce días de estar en Barcelolna, viajé en camión hacia Málaga, pero nos detuvimos en Almería, debido a las malas noticias que llegaban de tierras malagueñas. En Almería estaba atracado el Montero: barco que hacía la travesía de Ceuta-Melilla. Y me llevé una gran alegría al encontrarme con marineros
ceutíes. Ante la imposibilidad de unirme a las tropas que luchaban en el Torcal me uní a un grupo que partió de Almería hacia Águila. La marcha fue a campo traviesa. Sin perder de vista la costa. Una verdadera odisea que que nos llevó a Cartagena. Allí lo pasamos muy mal, puesto que estuvimos varios días a pan y queso y padecimos, además, del mal de Moctezuma. Después de estar un mes en tierras cartageneras, me trasladé a Madrid para incorporarme a la Séptima Brigada Mixta, compuesta por andaluces y extremeños.
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