No hay día en que un corrupto no tenga su momento de gloria malsana en los telediarios. Tener las manos limpias en política se ha convertido ya en algo tan difícil como ser cristiano viejo en otro tiempo. Me imagino que muchos políticos estarán rezando todo lo habido y por haber para que alguien no se vaya de la lengua en momentos donde parece ser que se están haciendo ajustes de cuenta porque es lo que toca después de los días de vinos y rosas.
Me consta que el canguelo ha cundido entre los políticos de toda clase y condición. Es más, no hace falta haber tenido poder, o seguir teniéndolo, para que muchos de ellos se levanten todos los días temiendo que su nombre salga a la palestra como hacedor de cualquier chanchullo que les obligue a ponerse en manos de policías y jueces.
Insisto: el miedo es libre y está provocando que haya políticos aquejados de distonía neurovegetativa; mal menor pero molesto en extremo. Sobre todo porque les agria el carácter y les impide dormir a la pata la llana y a darse un tupitón de comida. No en vano los gases mezclados con los nervios de la jindama suelen ser insoportables.
En este preciso momento, cuando trato de darle vida al cuarto párrafo de los siete que debo completar, se me viene a la memoria el nombre de un ladrón honrado que ganó fama de artista y fue detestado por pobres y ricos: se llamaba Venancio Benjamín Velasco García, alias "El Maestrillo". Natural de Vizcaya pero afincado en Barcelona.
El susodicho sabía falsicar tan portentosamente los sellos y los billetes que hubiese podido hacerse rico en cuatro meses. Sin embargo, nunca trabajó más que lo justo para pagarse la pensión y poder comprar los alimentos de cada día. Y, por si no fuera bastante, era de poco comer por padecer de una úlcera en el duodeno. La anécdota data de los años cuarenta.
Aquel pobre hombre, es decir, Venancio Benjamín, por más que fuera un artista de los pies a la cabeza, no estaba al tanto de que robar mucho ha estado siempre mejor visto que robar poco. Por razones obvias. Pues lo malo de robar poco, y si además te trincan, supone que hasta los amigos se permitan el lujo de motejarte de pringado y demás lindezas.
La corrupción, debido a que la clase media lleva ya mucho tiempo pasándolas canutas, hace que los miembros de ésta no cesen de pedir a voz en cuello castigos ejemplares para los trincones. La corrupción es uno de los grandes factores civilizadores porque mina el orgullo de los poderosos cuando son cogidos con las manos en la masa. Menos mal. Algo es algo. La venalidad no goza de buena salud, desde hace años, debido a que hay mucha gente que sigue sin comer lo necesario.
Nota: Este escrito puede verse en Blog de Manolo de la Torre y en Aires de Ceuta
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