El 29 de marzo fue la última vez que comí en La Dehesa. El mesón de moda en Ceuta. Porque en él se papea de lujo. Así que no me sorprendió en absoluto la llamada de Domingo S. para invitarme a compartir mesa y mantel en el mismo establecimiento. De modo que el viernes pasado volvimos a disfrutar de una nueva sobremesa compuesta por Domingo, Ana T., María P. y una nueva pareja formada por Federico V. y Pepa R. Tras los saludos de rigor, David, quien dirige los destinos del Mesón, y muy bien por cierto, no escatimó nada a la hora de servir los entremeses.
Así que el buen ambiente que reinaba en el local, el buen vino y la calidad de los aperitivos, nos estimularon de modo que la conversación tardó nada y menos en emprender el vuelo. De tal manera que toda la comida resultó ser una auténtica sobremesa. Pepa R, a quien sólo conocía de vista, me dijo que era lectora mía desde hacía años. Pero que no comulgaba mucho con mis ideas en según qué cosas. Dado que yo sabía a qué cosas se refería, por ser ella fiel devota de cierto partido, no tuve el menor inconveniente en dar la callada por respuesta.
El marido de Pepa R., Federico V, un tipo tan agradable como experto en hacer quites, me preguntó sobre Francisco Fraiz sin venir a cuento. Pregunta que trataba de evitar que a mí me diera por contestarle a su mujer de modo que podría haber convertido la comida en una prolongada discusión. Así lo entendí yo y por tanto no dudé en responderle de tal guisa:
Francisco Fraiz, y creo haberlo dicho muchas veces, sabía estar en la calle. Era campechano y desprendido a la hora de alternar. Pocos le ganaban a meterse la mano en el bolsillo para convidar a tutiplén. Tenía, pues, el don de ganarse la voluntad de muchos ciudadanos y así pudo obtener, en dos ocasiones, un capital político incalculable. La primera al frente de una lista del PSOE; la segunda, de un partido localista: Progreso y Futuro de Ceuta. Y las dos veces dilapidó lo ganado. Fraíz tenía un problema: en cuanto lograba poder se volvía atrabiliario.
María P. quiso saber si Paco Fraiz era honesto, al margen de que una vez conseguido el poder su carácter se volviera irascible, irritable o violento. Y mi respuesta no se hizo esperar: Mira, María, en principio es conveniente aclarar el concepto de honesto y honrado. Según Salvador de Madariaga, que tiene autoridad suficiente para distinguir entre ambos vocablos, mientras honesto se refiere al juego limpio de cintura para abajo, honrado alude al juego limpio de cintura para arriba. De la honestidad de Paco Fráiz no me incumbe a mí decir ni pío. Y de su honradez tampoco. Yo sólo sé que no sabía mandar. Lo cual no dejaba de ser grave cosa en un político con poder.
Ana T. -que me aprecia tanto o más que Domingo S., su marido- me preguntó lo siguiente: "¿Qué hay que hacer para no caer en la infelicidad permanente?" Mira, Ana, para ser menos infeliz, lo primero que debes hacer es no dolerte nunca de las cosas que no has conseguido. Amén de no luchar por las cosas que sabes que nunca podrás alcanzar. Otro día, estimada Ana, te hablaré de mí en ese aspecto. Por más que hablar de uno mismo es tan peligroso como agradable.
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