Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

lunes, 14 de marzo de 2016

El imaginero sevillano

La Semana Santa está ya a la vuelta de la esquina. Y una vez más me acuerdo de dos personajes con quienes intimé cuando, habiéndolo vivido todo, se podían permitir el lujo de elegir a sus amistades. Francisco Amores López  (Paco Amores) y Joaquín Amador García (Quinín) fueron amables y generosos conmigo en grado sumo.

Al primero lo conocí ya de vuelta de Sevilla, donde había sido maestro de la entrevista en el ABC;  género de máxima consideración entonces. Y al segundo tuve la suerte de tenerlo como compañero en El Periódico de Ceuta. Ambos eran capaces de pregonar con brillantez sobre la Semana de Pasión. Y a ellos va dedicada la historia del imaginero sevillano.

Una noche, de los años 70 del siglo pasado, cenando en "La Costilla", restaurante de Rota, con Beni de Cádiz, su hermano Amor y Pepe Jiménez 'Bigote', hubo momentos en los que me vi precisado a pedir tiempo muerto, como si fuera entrenador de baloncesto, para recuperame del esfuerzo que me causaba la risa continua a la que estaba siendo sometido por un trío de humoristas indecibles.

Fue una cena inolvidable, en noche veraniega, la vivida con tres personajes cuyas experiencias, en los años duros de la postguerra, llevaban el sello de la mejor picaresca española. La gracia de El Beni, la teatralidad festiva de su hermano Amor y los desplantes de ira falsa, en las batallas contadas por Bigote, suponían el mejor antídoto contra la tristeza y contra cualquier atisbo de angustia o depresión.

Casi al final de la velada, y cuando parecía que nada quedaba ya por oír, se habló de la doble moral y salió a relucir la historia de unos amigos sevillanos del trío, que me era ajena. Se trataba de la amistad entre un director de banco y un tallista. Un artista hacedor de imágenes y muy popular en la capital hispalense. Fue Amor, tras pedírselo Bigote, quien la contó.

El director de banco, recién elegido hermano mayor de una cofradía, se dedicó a pedirle a su amigo, machaconamente, que le tallara una virgen para lucirla en Semana Santa. El artista le respondió que estaba saturado de trabajo y que, por tanto, le era imposible aceptar su encargo. La insistencia y la amistad obraron el milagro y la imagen cobró vida.

Al cabo de dos años, el imaginero presentó la factura. Y viendo que pasaba el tiempo y que su amigo, el director de banco, se hacía el sueco, le preguntó por la causa del impago. La respuesta no se hizo esperar: "Mira, amigo, como director de banco jamás incumpliré ningún compromiso adquirido. Pues mi honradez en el empleo es harta conocida. Pero como hermano mayor de la cofradía de..., te digo que no te pagaré porque la hermandad carece actualmente de dinero y nadie se quiere hacer cargo de la deuda contraida por mí".

El imaginero, hombre corpulento y sensible, le midió las costillas al amigo y director de banco. Lo sucedido se propaló por toda Sevilla y, al parecer, el banquero fue trasladado, por impopular, a otra ciudad. He aquí pues, la forma de actuar que tienen muchas personas, acomodando sus decisiones al cargo que ostentan y nunca al deber moral. En lo contado por Amor, hermano de El Beni de Cádiz, está claro que el director de banco era una persona capaz de engañar al lucero del alba.

 Era, sin duda, un sujeto nada fiable, oculto tras un cargo de director. Un puesto que infundía confianza suficiente para atrapar incautos y, luego, hacerles la trastada. Lo de la doble moral es algo que nunca pasa de moda. Lo mismo que el andar por la vida valiéndose de las actitudes imprecisas o vagas. Lo que conocemos por medias tintas. Una forma de ser que ni siquiera está bien vista en ese saco roto de la política donde dicen que caben todas las malas acciones.




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