Nos reunimos varios conocidos en el Mesón La Dehesa. Por cierto, me dicen que los domingos por la noche se pone de bote en bote. Lo cual no me sorprende: puesto que la comida es excelente, los vinos son buenos y el servicio diligente. Y, cuando el mesón está atestado, saben los profesionales entretener al personal con una tanda de aperitivos que se mete por los ojos. Aun así, que no es poco, a mí lo que más me gusta de las comidas son las sobremesas. Y he de reconocer que el local cuenta con unos espacios hechos a propósito para que las conversaciones tomen vuelo.
Carmen T., a quien le gusta tirarme de la lengua cada vez que coincidimos en una cuchipanda, me pregunta si he visto a Anne Igartiburu hablando con acento andaluz en Canal Sur, cuando la presentadora vizcaina participaba en el programa Menuda noche, que conduce Juan y Medio, y que está dedicado a los niños. Y le respondo que no. Sin más.
Carmelo F., marido de Carmen, toma la palabra para criticar abiertamente a cuantos periodistas están haciendo mofa de Anne Igartiburtu por haberse atrevido a remedar la forma de expresarse de los andaluces. No parece más que la guapa presentadora haya cometido sacrilegio por hablar con un repentino acento andaluz.
Federico N., que ya ha dado cuenta de su primer wisky, opina que los andaluces suelen tener mala baba cuando alguien que no es de la región se pone a imitar su modo de hablar para dárselas de gracioso o incluso, como puede ser el caso de la señora Igartiburu, para congraciarse con la concurrencia. Eso, quien mejor lo debe saber es Manolo...
La mirada de Amparo C., mujer de Federico, me incita a intervenir. Pero yo espero la venia de Gloria, mi mujer; porque ella sabe que si yo agarro la palabra no la suelto. Y no le hace mucho tilín mi actitud. En este caso, cuento con su beneplácito; ya que hablar del polémico dialecto andaluz requiere tiempo y espacio. Tiempo tengo. Espacio, no. A no ser que decida escribir varios días al respecto. Así que voy a hincarle el diente al asunto con la mínima brevedad que se despacha.
A los andaluces de toda clase y condición les ha repateado siempre que se les imite su manera de hablar. Hasta el punto de que nunca digirieron bien los diálogos andaluces entre artistas castellanos en las películas, tachadas de españoladas, de los años cuarenta, cincuenta y sesenta del siglo pasado. Ya que les sabía mal. Tan mal como les sonaba a Federico García Lorca, en Granada; Antonio Machado, en Sevilla; Rafael Alberti, en Cádiz; Juan Ramón Jiménez, en Huelva. Solamente estoy citando a los que han alcanzado más resonancia internacional, según el autor de El Polémico Dialecto Andaluz, libro que recomiendo.
Desgraciadamente, hay que reconocerlo, se avergonzaron de su lengua andaluza y se dedicaron a escribir en castellano. Todos ellos, imbuidos por las ideas del internacionalismo literario, miran en aquel entonces hacia el París del vanguardismo o miran hacia el Ateneo de Madrid, centro del pensamiento político de España, y ombligo de las ideologías más avanzadas, caso de Machado.
Al margen de sus ideas políticas, los intelectuales andaluces mencionados no consideraban el lenguaje andaluz como una muestra o signo de identidad, sino como una "subcultura idiomática". Todavía hoy es frecuente que oigamos decir en los medios que se precian de "cultos": "Los andaluces hablamos muy mal, nos comemos las eses finales". "A Fulanito da gusto oírle hablar, por lo bien que pronuncia".
Es decir, muchas personas andaluzas, no sólo en aquel momento, sino incluso hoy, no se sienten hablando andaluz, sino que afirman que hablamos castellano pero lo pronunciamos mal". Y así podríamos seguir dando explicaciones de por qué perdió Andalucía una gran ocasión de elevar el habla regional a la categoría de lengua escrita literaria, como lo son otras hablas peninsulares.
Por consiguiente, sólo me cabe decir que a mal sitio ha ido la señora Igartiburu a parodiar un habla que sólo adquiere prestancia cuando sale de la boca de los naturales de la tierra. Y, por tanto, ante cualquier imitación, no sólo pierde su cadencia y su gracia, que la tiene, sino que además chirría, restalla, chasquea y destroza los oídos. La señora Igartiburu, por ser quien es, tendría que haberlo sabido.
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