Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

lunes, 22 de febrero de 2016

Zidane, Isco y Ramos

Cuando yo ejercía de entrenador de fútbol -perdonen que hable de mí- y se me preguntaba por lo más complicado de la profesión, no dudaba en responder que lo que me causaba más desazón era no ser lo suficientemente justo a la hora de designar a los jugadores citados para el partido. Y qué decir del momento en que debía decidir los once que jugaban. Me consta que muchas personas creían que ese sentir era una pose mía, pero yo sigo manteniendo que es lo más difícl para cualquier entrenador que se precie como persona. Por motivos que se les escapan a quienes no conocen las interioridades de este deporte.

Tal es así, que a veces, cuando ha surgido la conversación al respecto en cualquier corrillo o sobremesa, no he tenido el menor inconveniente en manifestar que había futbolistas que me caían la mar de bien y no jugaban casi nunca. Y todo lo contrario. Por algo tan simple: los entrenadores jamás han de caer en la tentación de favorecer a quien sea simpático, agradable o tenga adquirida fama de ser muy buena persona. La obligación del técnico es concederle la titularidad a quien desempeñe mejor su tarea aunque sea... un tipo que tenga 'tripas por estrenar'.

Sabemos muy bien que todos tendemos a considerarnos depositarios de verdades absolutas, y mucho más en cuanto concierne al fútbol, mientras no somos capaces de opinar sin una visión carente de prejuicio. Y sucede porque es muy difícil ser completamente neutral consigo mismo. En mi caso, porque tengo asumido que las cosas son siempre mejorables. Que no existen límites. Y que se ha de buscar la perfección, por más que el empeño sea agobiante en extremo.

Tengo la certeza de que es lo que está buscando Zinedine Zidan: la perfección en el juego del Madrid no sólo para obtener victorias y logros deportivos, mediante consecuciones de títulos, sino para que los triunfos vayan acompañados de un juego que esté a la altura de la magnificencia del club. Y está convencido, debido al fútbol que él concebía y desarrollaba como jugador, de que Isco forma parte de los futbolistas idóneos para llevar a cabo esa propuesta. De modo que lo hace jugar aunque el malagueño siga siendo una rémora para su equipo.

Obsesionarse en algo así, por no ser ni bueno ni justo, no deja de ser una auténtica irresponsabilidad. Tampoco creo que a Zidane le esté ayudando la adulación permanente que viene recibiendo por parte de sus futbolistas, sabiendo como sabe, por haber morado tanto tiempo en vestuarios, cómo los futbolistas confunden, por intereses propios, bondad y utilidad con lo que a ellos les viene mejor. Cuando no es así, inmediatamente los cabecillas de la plantilla atentan contra el entrenador; contando, eso sí, con el silencio ovejuno de los compañeros con menos peso específico en la plantilla.

Ejemplo reciente hay: los ataques furibundos a Rafa Benítez -aprovechando sus declaraciones extemporáneas- por parte de los jugadores que llevan la voz cantante. Los mismos, más o menos, que, en su día, no dudaron en criticar acerbamente a José Mourinho, sin venir a cuento. A la par que le hacían la ola a Carlo Ancelotti para dañar la imagen del entrenador portugués. Al frente de semejante tropelía aparece siempre Sergio Ramos como portavoz de una camarilla voluble, frívola y sobre todo cada vez más experta en preparar disimuladamente traiciones al entrenador que no les ría las gracias.

En Camas, como en muchos otros pueblos de Andalucía, a semejante deslealtad se le llama "Juntar chinitas con los pies". Verbigracia: "Aun que creas que Fulano es buen amigo tuyo no te fíes mucho porque creo que te está juntando chinitas con los pies". Cuando Ramos dice -usando el plural mayestático-: "Estamos enormemente satisfechos con Zidane".  O "El vestuario está con Zidane", o con "Zizou hay "feeling"... bien haría el entrenador del Madrid en echarse a temblar. Y, de paso, decirle al capitán del equipo que se ahorre los ditirambos. Porque ni es el momento ni son de recibo.


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