Siendo yo entrenador del Real Mallorca, en Segunda División A, dado que recibíamos la visita del Sabadell, partido decisivo para mantener la categoría, decidí que los jugadores convocados acudieran un día antes a un alojamiento situado en la Sierra de la Tramontana. Recuerdo que llovía a mares y que tronaba con avaricia. La plantilla estaba compuesta por una mayoría de jugadores veteranos, procedentes de la Primera División, y había también varios jóvenes en los que yo había depositado mi confianza. El mejor de todos ellos era Pepe Bonet. Éste me había sido recomendado por un maestro de escuela que sabía de qué iba el asunto.
Recién terminada la cena sabatina, y una vez que los futbolistas se habían retirado a sus habitaciones, yo me quedé en la sala de estar charlando con el director del establecimiento. Entre otras cosas de la importancia del partido en el cual yo iba a presentarme en el Luis Sitjar, tras haber sustituido al mítico César en el banquillo. Fue entonces cuando apareció José Platas, Platas, gallego él y buen futbolista, para decirme que quería hablar conmigo. El director del hotel no dudó en darnos las buenas noches y hacer mutis por el foro. Y a mí no me cupo más que prestarle oído a Platas.
-Mire usted, mister, acabo de ver a Jenaro deslizarse por una ventana del piso bajo para subirse a un coche que lo estaba esperando. Así que he decidido contárselo. Ya que la forma de actuar de Jenaro atenta contra los intereses de todos los que mañana hemos de jugarnos los garbanzos con el Sabadell. A Jenaro, quiero que lo sepa usted, le gusta más una fiesta que a un tonto una tiza. Y no es la primera vez que abandona la concentración y aparece muy de mañana por el hotel.
Mi respuesta fue concisa. Tras darle las gracias a Platas por su denuncia, le dije que no dudaría en tomar la decisión más conveniente en lo tocante a la indisciplina cometida por Jenaro. (jugador que había estado dos temporadas en el Levante, las mismas que en el Sabadell y Betis. En el equipo verdiblanco, Jenaro hizo un partido sensacional, marcando un gol decisivo a un Madrid que fue derrotado en el Benito Villamarín, una mañana de Domingo de Ramos). Pasé la noche en claro. Así que me cogió despierto la llegada de Jenaro al rayar el alba.
El futbolista, nada más verme en la puerta del ascensor, se quedó sin habla. Y a partir de ese momento el único que hizo uso de la palabra fui yo: "Mire usted, Jenaro, a mí me importa un bledo y parte del otro lo que haya hecho esta noche y mucho menos me preocupa en qué condiciones físicas se encuentra. A mí lo que me importa a partir de ahora es que vaya pensando en cómo rendir plenamente esta tarde. De modo que procure dormir cuanto pueda". Antes de que Jenaro abriera la boca, yo ya iba camino de otra parte.
Jenaro fue titular y jugó extraordinariamente frente al Sabadell. Partido que ganamos gracias a un gol marcado por un debutante juvenil: Pepe Bonet. Jenaro no jugó más conmigo. Y Platas, entonces, fue de los jugadores que más insistieron en decir que yo era injusto con su compañero. A propósito: Jenaro era tan buen jugador y tan buen chaval como asimismo negligente. Los entrenadores han de obtener el máximo rendimiento de sus jugadores. Mas nunca a cambio de dorarles la píldora por sistema. Hacerles arrumacos o cantarles una nana cada noche. Y, mucho menos, permitirles que hablen cada dos por tres con el presidente para contarle sus cuitas.
Los entrenadores han de prestigiar el cargo. Máxime cuando los hay ricos como Craso. Lo cual les debería proporcionar tranquilidad suficiente para no aceptar imposiciones. Me gustaría ver a algunos de los más reputados técnicos actuales, que han llegado a la máxima categoría sin sufrir menoscabo entrenando en equipos modestos, dando la talla en categorías inferiores. Seguramente les sería más difícil que dirigir a figuras de tronío.
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