Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

lunes, 29 de febrero de 2016

Conversación en el Mesón La Dehesa

Vernos ha sido una casualidad. Yo subía la escalinata del hotel y ella estaba ya dentro de la puerta giratoria. Así que nuestro encuentro se ha producido de frente. Aunque a primera vista hemos dudado ambos de ser los que pensábamos. Y es que han pasado muchos años sin coincidir y sin tener contacto alguno. Ni que decir tiene que la alegría ha sido morrocotuda. Tras los saludos efusivos, y las palabras de rigor, la invito a cruzar la calle para tomar el aperitivo en El Mesón La Dehesa.

Recuerdo que nos presentaron en el ya desaparecido Motel Caballo Blanco de El Puerto de Santa María. Ella era azafata del aire. Fue entonces, cuando paladeando un vino oloroso, me contó que, cansada de volar, estaba dispuesta a dejar su empleo para decirle sí a un hombre que le había pedido matrimonio. Se trataba de un hombre atractivo, enamoradizo y correspondido por las mujeres; amén de ser riquito y muy dado a pasárselo en grande en fiestas interminables.

También me dijo que a su prometido se lo habían presentado en el patio de una bodega en la que se celebraba una fiesta por todo lo alto y a la que ella había sido invitada por la mujer del anfitrión. Con la cual había coincidido en un viaje a Méjico. Y aquella noche, de una primavera espléndida, con olor a mar y a jazmín, surgió el flechazo entre ella y Roberto. Marga, que así se llama ella, era treintañera, lucía tipazo, y sus ojos azules, de un frío glacial, imponían respeto hasta que decidía abrir la boca para tranquilizar a quienes la mirábamos con cierto recelo. Dando muestras evidentes de que era un encanto de mujer.

Hoy, aprovechando un momento en que ella está escudriñando la carta de La Dehesa, me recreo en su nariz algo aplanada, y en su boca de labios sensuales. Y sobre todo descubro que su envejecimiento se está produciendo como el de esas mujeres italianas que suelen hacerlo con tanta firmeza como entusiasmo por la vida. De pronto, fruce el ceño y entiendo que está a punto de mirarme y contarme cosas sin que yo tenga necesidad de decir lo más mínimo.

-Sé que no eres indiscreto, pero entiendo que te gustaría saber qué ha sido de mi vida desde que dejamos de saber el uno del otro. Pues bien, te diré lo siguiente: cuando Roberto me pidió matrimonio, yo decidí contarle que, durante tres años, anduve con un hombre mayor que me quería tanto como yo a él. Aunque nunca habíamos considerado la idea de vivir juntos. También lo puse al corriente de que había aprovechado bien mi vida de soltera. Y debo decirte que nada de eso hizo mella alguna en su deseo de casarse conmigo.

-¿Se puede saber qué te dijo él...?

-Me respondió que cuando uno se enamora de una mujer que ha vivido tanto, no hay que pensar en la exclusividad. Y a mí me supo tan bien su contestación como para enamorarme aún más de aquel tipo que me había conquistado en un santiamén. Pero...

-¿Y ocurrió?

-Lo de siempre, querido Manolo, lo de siempre: mientras se teje el perfecto amor físico, los recuerdos no perturban a nadie. Pero cuando las uniones están alicaídas, el pasado puede convertirse en fuente de interrogantes obsesivos para los hombres.

-¿Más que para las mujeres, Marga?

-Sin duda alguna. Y te lo explico: El amor propio masculino y el espíritu de competición desarrollado desde la infancia en su mente de muchachos ("Tú debes ser el más fuerte, el más inteligente, el más hábil, el más todo") hacen a los hombres más vulnerables a la idea de ser puestos en paralelos con sus predecesores. Ya no quieren ser un buen amante, quieren ser el mejor. Y necesitan que se les diga a cada paso: Nunca me había hecho nadie más feliz que tú".

En suma, querida Marga, que los celos de tu marido, a medida que cumplía años, se multiplicaban. Y han sido capaces de acabar con lo vuestro.

-Más o menos... Y es que nunca he soportado los celos. Y mucho menos los infundados. Por razones que no vienen al caso contar ahora. Ah, Manolo, la comida de La Dehesa me ha gustado sobremanera.



 





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