Fechas atrás me invitaron a compartir charla y café en un establecimiento céntrico. Alrededor de la mesa éramos cinco. Dado que era la primera vez que coincidía con ellos, excepto con quien llamó mi atención para que me sentara, si a bien lo tenía, juro por todos los míos que estuve casi quince minutos sin decir ni pío. Cuando requirieron mi opinión, sobre lo que se había comentado, no dudé en emitir mi parecer. El cual no les hizo mucho tilín, según pude apreciar. Así que decidí ponerle la guinda al pastel: perdón por lo que he dicho, aun sabiendo que son ustedes conservadores.
Inmediatamente, el contertulio más próximo a mí, quien estaba a la que salta, dijo que él no admitía encasillamiento alguno. Y a mí me dio por salir del paso respondiéndole que mi concepto de conservador era de persona de bien. Y lo dicho debió serle tan grato que hasta me gané el derecho a una mirada compasiva. Entonces, y riéndome por lo bajini, me despedí de la concurrencia y anduve hacia la plaza de los Reyes.
Lo de conservador tiene en España poco crédito, porque se relaciona con el instinto de conservar a favor de la clase instalada. La propia izquierda, cuando quiere desprestigiar a la derecha española, la califica de "conservadora". Esta identidad no es popular y el hombre que estaba sentado a la mesa conmigo, había oído campanas pero desconocía lo fundamental. De no haber sido así, no se habría contentado con mi respuesta.
Para respuesta, la que le he tenido que dar hoy a un militante de Ciudadanos por habérseme quejado, con razón, de que tengo olvidado a su partido en mis escritos. Respuesta que ha consistido en prometerle que hablaría de la importancia tenida en su momento por el centrismo y que, tras perderla, vuelve a estar en el candelero de una política necesitada más que nunca de Albert Rivera. A quien las urnas y las ojerizas existentes entre Pedro Sánchez, Mariano Rajoy y Pablo Iglesias, nefastas para el devenir de España, lo han situado en una posición privilegiada para aunar voluntades.
Cada vez que el centrismo ha aparecido en España, ha sido para situarse frente a los radicalismos de la derecha y de la izquierda. El centrismo ha sido siempre la manifestación de la moderación, frente a los extremismos causantes de miedo. La aparición del centrismo en los comienzos de nuestra democracia era aconsejable ante el riesgo de que la izquierda que regresaba fuera tan radical como para que los franquistas se pusieran en pie de guerra.
Así nació el centrismo, mediante la alarma de una restauración democrática sin suficientes acuerdos de concertación o integración para una convivencia y una paz deseadas. Pero aquella alarma se vendría abajo porque se concertó la Constitución y otras cosas, mediante consenso, en los famosos Pactos de la Moncloa, y los que regresaban lo hacían con aceptables dosis de moderación, en una inevitable concurrencia política. Por lo que el centrismo pasó a mejor vida.
Pues bien, transcurrido tantos años de aquel hecho, tan celebrado, estamos ante una situación en la cual los pactos para formar Gobierno parecen abocados al fracaso.No en vano la gran crisis de la derecha española, debida tanto a la destrucción de la clase media como a los casos de corrupción, ha propiciado que Podemos haya visto la oportunidad de hacerse con mucho poder... Tanto como para tratar de fagocitar al partido socialista. Mientras éstos andan buscando el apoyo de Ciudadanos. Y Albert Rivera, consciente de que goza de una situación inmejorable, es ahora mismo un comodín cuyo valor será el que él quiera darle. Por más que le digan que está jugando en provecho propio De no ser así, él sabe que a su centrismo -como a todos los centrismos habidos hasta ahora-, sin poder, le quedaría nada y menos.
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